CONSTRUIRÉ MI PROPIO MULTIVERSO CON JUEGOS DE AZAR Y MUJERZUELAS
Todo en todas partes al mismo tiempo toma una premisa que Marvel ha puesto de moda en el cine de entretenimiento y pretende darle una vuelta de tuerca personal y singular. Como concepto, no está mal. Hay mucho para trabajar, ya sea desde el distanciamiento en forma de parodia o desde una aproximación más seria y dramática, respecto del multiverso. Desde el tráiler, la película de Dan Kwan y Daniel Scheinert aparenta lo primero, pero termina siendo lo segundo, la suma de una trama sentimental sobre lazos familiares y otra existencialista acerca del sinsentido de la vida lo que termina tomando protagonismo.
Evelyn Wang es una inmigrante china que lidia con las dificultades de manejar una lavandería junto a su esposo algo despistado e inocente y su hija, cuya homosexualidad no ha terminado de aceptar. Al mismo tiempo, sueña con otras posibles vidas que podría haber tenido, más exitosas, más glamorosas, más felices. De repente, se ve involucrada en un viaje a través del multiverso en el que debe derrotar a un villano que amenaza con destruirlo todo.
En este caso, y a diferencia de las películas de Marvel, el concepto del multiverso permite construir una analogía respecto de la situación emocional de la protagonista y la dificultad a la hora de disfrutar y sostener sus vínculos. Aquí surge uno de los primeros y más importantes problemas de Todo en todas partes al mismo tiempo: antes de que podamos acomodarnos, conocer a nuestra protagonista, empatizar con su situación, nos vemos disparados a una hora de sinsentidos y absurdos generados por un multiverso que apunta a lo bizarro y a lo cómico. La metáfora inicial, la conexión básica entre fondo y forma, no queda bien hecha, por lo que toma tiempo llegar a entender la justificación del enredo formal y la trama enroscada que nos propone la película.
Hay varias relaciones que trazar entre Todo en todas partes al mismo tiempo y otras películas: desde el montaje recuerda a la pretensión y el enredo del cine de Iñárritu; visualmente, y en las escenas de acción (si bien se introducen dentro de las fórmulas del wuxia), se parece a Matrix; su historia es llamativamente similar a la que cuenta otro estreno reciente: Red, de Disney-Pixar. Sobre esta última comparación se puede argumentar que, lo que el largometraje de Dan Kwan y Daniel Scheinert hace luego de 139 minutos de una intensidad algo cansina, la de Domee Shi lo lograba con mayor simpleza y autenticidad, en 40 minutos menos.
No es que no haya cosas que rescatar de Todo en todas partes al mismo tiempo: la historia que quiere contar en el fondo, acerca de las relaciones problemáticas de una familia, no deja de ser sincera; además, es ambiciosa, y se esfuerza por ser una película distinta, lo cual siempre es de apreciar. El problema es que se esfuerza demasiado. En primer lugar, la superabundancia de chistes absurdos no causan gracia en su mayoría (la exploración del lado cómico del multiverso no alcanza la creatividad que la premisa demanda y el largometraje se enmaraña en una multiplicación de gags, paradójicamente, algo envejecidos y ya vistos); en segundo lugar, el exceso formal no da una recompensa satisfactoria en tanto el trabajo sobre el multiverso como metáfora no se desarrolla en los tiempos correctos; por último, hay más de un momento en el que la película se torna demasiado didáctica, insistente, subrayada, cuando lo que tiene para decir no requiere realmente tanto control del proceso interpretativo por parte del espectador. Esos son los peores momentos de Todo en todas partes al mismo tiempo, los cuales por suerte no ocupan toda la película. Es difícil decir que se trate de una obra totalmente fallida cuando, al menos en algunos momentos de la última media hora, logramos entender qué nos quiere decir y qué nos quiere hacer sentir, pero el camino para llegar ahí (y los minutos redundantes que vienen después) se vuelven bastante tediosos.