La danesa Susanne Bier ha construido una carrera cinematográfica cimentada en los dramones intensos, en los romances tórridos y en las personalidades conflictivas y complejas. No son necesariamente películas interesantes o destacables, pero sin dudas se trata de una realizadora con un rasgo autoral definido y una de las voces del cine europeo más conocidas de este lado del Atlántico. Todo lo que necesitas es amor no olvida esos elementos constitutivos de su cine, pero hay un cambio de registro y de tono que logra aportarle algo de liviandad a la propuesta. Y en este contexto, eso es lo más atractivo que tiene para aportar la película más allá de que lo termine ejecutando sin demasiada convicción.
Todo lo que necesitas es amor es una película de manual: típico encuentro familiar alrededor de algún tipo de celebración, relato coral con personajes que se cruzan, una apuesta temporal que pone en abismo los vínculos y el paraje del sur italiano como horizonte emocional. El viudo, la mujer que descubre que su marido lo engaña, la amante del susodicho, la novia que no está muy decidida sobre el paso que va a dar, el novio en crisis interior, la cuñada calenturienta. Este mapa de personajes da rienda a todo un sistema de relaciones que chocan y, en esa fricción, intentan encontrar algunas respuestas a las preguntas que se van dando sobre el amor, el deseo, los sentimientos. Ese es el territorio por el que la película transita, y logra algunos buenos momentos.
Bier acierta cuando apuesta a la química entre la pareja madura que componen Pierce Brosnan y Trine Dyrholm, especialmente en los primeros minutos donde un humor decididamente incómodo se apodera de las situaciones. Todo lo que necesitas es amor arranca como relato fragmentado, y es así en su serie de viñetas donde mejor funciona: la película no se define todavía como el drama romántico que luego es, y esa indefinición argumental genera algo de misterio en el espectador acerca de los deseos de cada uno de los personajes. Esta es, sin dudas, una película que resulta más atractiva en sus dudas en que las certezas que van apareciendo progresivamente.
Está claro que la apuesta por la comedia romántica es bastante riesgosa para la directora, y que por momentos no encuentra el tono adecuado: ahí cuando los personajes terminan reunidos en un único espacio (el casamiento), es cuando el film empieza a naufragar. Las acciones se van definiendo, el drama se hace presente, y la supuesta liviandad es trocada por un melodrama a medio tiempo. Esos cambios de tono hacen dudar de las verdaderas intenciones de Bier, y está claro que la ligereza impide que el drama sea lo preciso que debería ser, mientras que el drama adormece la potencia liberadora de la comedia, fundamental por los temas que andan dando vueltas por ahí (homosexualidad, anorexia, cáncer). Todo lo que necesitas es amor termina siendo, en su parte final, un drama romántico geriátrico (subgénero tan de moda), pero ya sin el ángel de los primeros minutos. El problema de directores “consagrados” como Bier cuando se enfrentan a productos trillados como estos es que quieren, a toda costa, imponer un toque autoral. No da.