La película francesa expone los conflictos que nacen de los vínculos familiares y alterna dramatismo con oportunos toques de humor, entre hijas revoltosas y afectos eternos.
Como una suerte de evolución lógica después de Les murs porteurs, su película anterior, el realizador francés Cyril Gelblat escoge nuevamente el seno familiar para contar una historia relacionada con los vínculos alterados y la vida cotidiana.
En ese sentido, Todo para ser felices logra una empatía inmediata con el espectador, no sólo por ser una historia totalmente reconocible y cercana, sino por la manera de contarla. La película alterna momentos de dramatismo con oportunos toques de humor que descomprimen la tensión del relato.
Antoine -Manu Payet- es un cuarentón insatisfecho que le dedica tiempo al mundo de la música y busca apoyo financiero para su banda, pero en su camino descuida a sus pequeñas hijas de 5 y 9 años. En medio de un entorno familiar que se va enrareciendo, su mujer Alice -Audrey Lamy- decide abandonarlo y le confía a sus hijas para que las cuide durante 15 días. Antoine se encontrará en arenas movedizas y deberá transformarse para aprender su verdadero rol de padre.
La pelicula extiende sus lazos al amor de pareja, al amor filial, e incluso la aparición de la hermana de Antoine, con quien empieza a redescubrir una relación que se había mantenido en suspenso desde la infancia, contribuyen a que el relato pueda crecer dramáticamente en varias direcciones.
Al tono nostálgico al que se sumerge a Antoine, también se suma el desafío de convertirse en un hombre nuevo ante los ojos de quienes más quiere. El film, sin otras pretensiones que las que muestra, se enriquece en detalles, situaciones de convivencia y escenas como la del final que logran emocionar y sorprenden al mismo protagonista. Buenos intérpretes al servicio de un relato que vale la pena visitar, entre afectos eternos y parejas fugaces.