Comedia triste con un actor extraordinario
La historia que aquí se cuenta sucede a lo largo de un año en Zagreb, capital de Croacia, pero bien podría ocurrir en cualquier ciudad de este lado del mundo, quizás en la misma donde ahora se pasa la película. Hay en ella dos hermanos cuarentones y medio picaflores, sobre todo el mayor, que aprovecha a disfrutar ciertas oportunidades que se le ofrecen, porque se sabe enfermo, aunque la mujer lo considere simple hipocondríaco. Hay dos mujeres legales, bastante resentidas. Otras mujeres ilegales, más jóvenes y de mejor temperamento. Otro varón, para consuelo de alguna esposa. Y también dos o tres frutos del amor, de la insistencia, o del simple descuido.
Lo curioso es que estos hermanos tienen las parejas involuntariamente cambiadas, y la paternidad mal conjugada. De ahí, y de otros pecados, el título original que puede traducirse como «Que quede entre nosotros».
No corresponde entrar en detalles. El espectador ya se irá enterando, a medida que algún personaje meta la pata o refiera hechos del pasado. Como trasfondo ineludible, está el recuerdo del padre mujeriego (ventajas del pintor de caballete), la guerra que cada uno vivió o eludió como pudo, la suerte o la envidia que cada uno se forjó. El mayor, digamos en su descargo, es también el proveedor de la familia, el que mantiene a todos cuando es necesario, y se banca los reproches con una especie de pícara tristeza. En ciertas cosas es un triunfador.
A este personaje lo interpreta, casi diríamos lo encarna, Miki Manojlovic.Todo el elenco es realmente bueno, pero Manojlovic, ya conocido a través de varias películas de Kusturica, es excelente. Y el personaje le calza justo. Esa indisciplina balcánica, esa predisposición para vivir los placeres intensamente, esa amargura vanamente oculta en la mirada. Un actor digno de apreciar, tanto en el drama asordinado que encierra el cuento, como en las partes de humor y alegría, también asordinada. Regocijo oculto, la escena en que se pone a recitar un viejo poema pastoral, «Dubravka», mientras va besando en orden descendente el rostro y el cuerpo de una jovencita recién levantada («Oh, bella, oh, amada, oh, dulce libertad») hasta que, al llegar justo ahí donde el lector imagina, culmina la estrofa hablando de «la verdadera fuente de nuestra gloria». Buena también la música, y la dirección del veterano Rajko Grlic, que aquí se hizo conocido ya en 1978, con el amargo «Bravo, maestro», sobre un tipo que hace todo lo posible para avanzar en la vida y le serruchan el piso.