Los cuñados sean unidos
Una comedia sobre las idas y vueltas de una familia con relaciones extrañas.
Precepto burgués: familia es igual a hombre más mujer (uno de cada uno) con inclinación a la reproducción. Pero, hecha la ley, trazadas montones de veces las trampas y llevadas al cine, en este caso, de Croacia. Todo queda en familia es una película basada en los desajustes y extensiones del deseo en el interior de un reducido círculo endogámico en el que dos hermanos, sus respectivas esposas y alguna que otra amante extra clan patean el tablero de la fidelidad.
El comienzo marca el pulso que la cinta sigue hasta el final: la desdramatización cómica de lo que, desde otra óptica, podría haber sido una tragedia familiar. En un cuarto de hospital Nikola y Braco asisten a la última exhalación (erótica) de su progenitor frente al tullido trasero de una enfermera. Muerto el padre, no se acaba la rabia, más bien empieza una extensión de su mandato por dos o tres casas de la capital croata.
La inquebrantable fraternidad se para sobre dos patas que, por momentos, la hacen renguear: la competencia y la complicidad, sin contar una tercera que se mete siempre donde no tiene que estar. Post velorio paterno, Braco decide llenar el frasco asignado para el depósito de semen que la mujer de Nikola utilizará en su fertilización artificial. El mayor de los hermanos había hecho lo suyo en lecho ajeno un tiempo atrás, abriendo la punta de una secreta organización parental: hijos que son sobrinos, cuñados envueltos en irresueltos amoríos.
Los 90 minutos del filme se acomodan sobre un formato de focalización partida. La mirada es conducida por cinco capítulos centrados en la subjetividad diferencial de cada personaje, pero inevitablemente el grueso de los ojos acaba puesto sobre el actor Miki Manojlovic y su impecable remake del típico Don Juan. El protagonista sostiene sobre sus anchas espaldas de exitoso seductor múltiples relaciones inconclusas y siempre saldrá del paso con un par de billetes, un falso cáncer de próstata y un efectivo abrazo.
Menos hábil para acomodarse al "capitalismo del infierno" pero igual de ágil para meterse en el cielo del sexo, el bohemio e intelectual Braco también protagoniza una seguidilla de escenas pasionales que, escapando al virtuosismo kamasútrico al que el cine nos viene acostumbrando, otorgan al filme un interesante y realista tinte sexual. El rollo de relaciones enfermizas no envuelve, ni por lejos, una intención moralizante y ante la opción de abril los ojos, los personajes prefieren hacerse guiños mutuos y que todo quede en familia. Vale decirlo de nuevo: un protagónico exquisito hace olvidar todo lo que el filme tiene de exagerado y por demás imbricado para seguir las tragicómicas peripecias del temor y el furor prostático.