CULEBRÓN POLÍTICO
¿Política y cine a través de un rodaje? No. ¿Política y televisión? Sí o más que eso: una película sobre el eterno conflicto entre israelíes y palestinos desde la óptica de un culebrón televisivo, en tono mordaz, apuntando a la comedia en vertiente pasatista y sin demasiadas complicaciones.
Explico el término “complicación” de manera eficaz. Me refiero a las idas y vueltas que ostenta el guión, a los quiebres narrativos, a la simpatía y carisma de un par de personajes, al hecho puntual de tomarse en solfa – acaso con una sutil sublectura – un tema tan ríspido y espinoso. En efecto, la historia empieza como si se tratara de una película de espionaje de hace décadas o tamizada por la cultura televisiva y desde allí se sitúa a la época y a un par de personajes sin dobleces ni matices, de una sola faz pese a sus identidades falsas. De ahí en más se descubre el truco: se trata de un estudio de televisión donde se rueda una telenovela “política” pero en donde la trastienda (los egos actorales, el dinero de los productores, el aspecto público que se entromete en la trama a través de consejos y convivencias con “el producto”) provoca aquellas idas y vueltas que propone la historia.
Pero hay un conflicto central que refiere a la particular relación entre el pakistaní Salam (Kais Nashif), guionista por casualidad o descarte, que trabaja para “Todo sucede en Tel Aviv”, y el capitán Assi Tzur (Yaniv Biton), que tiene una esposa fanática del culebrón. La novedad argumental no deja lugar a la sorpresa: todos los días el guionista debe pasar por la zona militar controlada por Tzur, y desde allí, surge el intercambio de opiniones, las sugerencias y consejos sobre qué hacer en el set, cómo modificar las páginas del libro, qué respetar de la historia original y qué espacio se le podría dar a la improvisación. En ese combate dialéctico de los dos personajes, con la Historia como telón de fondo (se está ante la cercanía de la Guerra de los Seis Días), la película del director Sameh Zoavi encuentra su zona interés, aun con el escaso vuelo de una puesta en escena aferrada a la palabra escrita. Claro, el parentesco es casi obvio: Todo sucede en Tel Aviv es la historia de un insólito guionista que escucha con atención qué le sugiere un militar para el mejor resultado de una telenovela de alto impacto en el rating. Sin embargo, esas carencias de puesta en escena que trasluce la película refieren a su falta de ritmo interno, base sustancial de una comedia, en este caso a años luz de una screenwall comedy.
En este punto encontré un objeto referencial en la historia de Todo sucede en Tel Aviv, o tal vez, un película que hace eco en determinadas situaciones. En esa década del 90 con más bajas que punto altos, Woody Allen concibió Disparos sobre Broadway donde se establecía una especial relación entre un dramaturgo teatral y el guardespaldas de un gangster, protector de la ingenua y con voz chillona coprotagonista de la obra. En ese cruce dialéctico entre aquellos personajes caracterizados por John Cusack y Chazz Palminteri, la película de Zoavi tiene una zona de referencia, un sector de la trama que termina resultando lo más relevante en su totalidad. Es bastante poco pero cada encuentro entre Salam y Tzur termina siendo bienvenido en una película discreta y de sabor explícitamente dietético.