Romance pasteurizado
Una historia de amor adolescente entre una chica de 18 años que, debido a una enfermedad inmunodepresiva, jamás salió de su casa, y su nuevo vecino.
Todo, todo es la clásica historia de chica-conoce-a-chico, pero con un ingrediente que le añade un dramatismo extra: entre las barreras que debe superar ese amor incipiente hay una enfermedad. Maddy, la protagonista, es una niña de la burbuja: sufre de una inmunodepresión severa que la obliga a estar confinada en su lujosa casa de Los Angeles, donde permaneció la casi totalidad de sus 18 años para evitar el riesgo de contraer una enfermedad mortal. Hasta que la llegada de un nuevo vecino a la casa de al lado sacude su estructura.
Basada en un libro de Nicola Yoon, Todo, todo comparte características con algunos de los largometrajes que se hicieron a partir de novelas del best seller Nicholas Sparks. Esto es: una historia simplota, con intentos por hacernos lagrimear y algunas lecciones de vida baratas por el camino. La enfermedad de Maddy es ideal para que el guión conecte con los adolescentes: al no haber salido jamás de su casa, casi todo le sucede por primera vez. Incluyendo el sexo, y aquí es cuando más se nota el pudor con el que está filmada Todo, todo (no vaya a ser cosa de que sea prohibida para menores de 16 y el mercado al que apunta quede excluido de los cines).
La película es casi tan aséptica como la casa de Maddy. Casi todo ocurre con sordina, incluyendo los momentos “emotivos”. Y también los conflictos con los padres, ese clásico a la hora de buscar empatía con el público juvenil. Lo mejor de este producto pasteurizado está en la representación de los chats de los chicos: son diálogos que ocurren en las maquetas que construye Maddy, con un astronauta como testigo. Un detalle que aporta, por lo menos, un poco de vuelo y fantasía.