Todo, todo es otro título que se suma, sin pena ni gloria, a la larga lista de dramas románticos basados en best sellers para adolescentes.
El gran problema de Todo, todo, y de la mayoría de los recientes dramas románticos basados en best sellers para adolescentes, es la ausencia de una idea de cine. En casi todos estos productos se ve la misma disposición de los planos y la misma estética. Muchos, incluso, no pueden desarrollar una trama sin hacer trastabillar su verosimilitud. Y ni hablar de las descabelladas licencias que se permiten algunos de los guiones.
El filme dirigido por Stella Meghie, inspirado en el best seller homónimo de Nicola Yoon, no es la excepción de lo que para muchos ya es un nuevo género del cine industrial de Hollywood, y cuyo máximo referente es Bajo la misma estrella (2014).
Todo, todo cuenta la historia de Maddy, una adolescente de 18 años que padece de Inmunodeficiencia Combinada Grave (SCID), una atípica enfermedad que no le permite salir de casa, ya que hasta el virus más insignificante podría matarla. La joven, que estuvo toda su vida bajo el cuidado de su madre médica y una enfermera amiga, no conoce el mundo exterior.
Cuando al barrio llega un nuevo vecino adolescente llamado Olly, Maddy se enamora perdidamente y su amor es correspondido. Pero cuando el muchacho intenta conocerla más, no se lo permiten. Por lo tanto, a los jóvenes no les queda otra que comunicarse con mensajes de texto mientras se miran con deseo desde las ventanas de sus cuartos.
Lo más llamativo de la película es que la enfermedad de la protagonista funciona como una alegoría involuntaria del ombliguismo y el encerramiento de la clase social a la que pertenece. Casi se podría decir que es la enfermedad anhelada por los pudientes que prefieren vivir en una burbuja, sin tener que mezclarse con el resto de los mortales.
Más allá de la obligatoria corrección política (Maddy es afroamericana), de los asépticos e insulsos planos y de una vuelta de tuerca ridícula (que la convierte en una película de tortura sin proponérselo), en Todo, todo sobresale un problema aún más grave: la falta de tacto de la directora para manejar los lugares comunes y las cursilerías inherentes al argumento.