Mejor sufrir solo que mal acompañado
Llevar las cosas al extremo, empujarlas a la violencia, el sexo duro y el desastroso choque contra la ley y las instituciones le da su plus a esta remake no declarada de un viejo film de John Hughes, a cargo del director y del actor de ¿Qué pasó ayer?
Reunión del director de ¿Qué pasó ayer? con uno de los grandes hallazgos de esa película, la flamante Todo un parto puede ser vista como addenda, desprendimiento o spin-off de aquélla: una vez más, un ligero desplazamiento físico convierte la realidad en pesadilla cómica. Pero la nueva de Todd Philips es también una retorcida forma de homenajear a John Hughes, fallecido realizador de El club de los cinco y Mi pobre angelito. A fines de los ’80, Hughes estrenó una película aquí llamada Mejor solo que mal acompañado (Planes, Trains and Automobiles, en el original), donde el también fallecido John Candy le hacía la vida imposible a Steve Martin, a través de medio Estados Unidos. Mutatis mutandi, Todo un parto es una notoria remake no acreditada de aquélla. O, para decirlo mal y pronto, un plagio liso y llano.
Lo primero que hace Ethan Tremblay (Zach Galifianakis) cuando él y Peter Highman (Robert Downey Jr.) todavía ni se conocen es arrancar la puerta del taxi que acaba de depositar al otro en el aeropuerto. Bah, no él, sino el chofer que lo lleva. Lo que Ethan hace por su cuenta es llevarse por delante el equipaje de Highman. Desparrama parte del contenido, no lo recoge (“en los aeropuertos recomiendan no tocar el equipaje de un desconocido”) y, finalmente, se lo cambia sin querer por el suyo, provocando un primer incidente del otro a bordo del avión. Es, claro, el comienzo de una larga pesadilla –3200 km de ida y otro tanto de vuelta– para el muy compuesto Highman, que antes de cruzarse con el otro parecía tener toda su vida –profesión, dinero, esposa, hijo en camino– perfectamente encaminada. Recuérdese: en Mejor solo que mal acompañado, Steve Martin era un muy compuesto ejecutivo publicitario. John Candy, vendedor de anillos para cortinas de baño. Truéqueselos por un arquitecto y un cochambroso aspirante a actor de televisión, manténgase la oposición entre el orden y el desastre, súmense una barba y una permanente (las de Galifianakis, of course) y una esposa a punto de parir (la del personaje de Downey) y Todo un parto estará parida.
Repetir una comedia de por sí apoyada en una mecánica de la repetición (el gordo catástrofe provoca un primer tsunami y de allí en más son más y más olas), aprovechando la pegada de Galifianakis en ¿Qué pasó ayer? con un personaje muy parecido (allí el freakacho lunar, acá el pain-in-the-ass a la enésima) y casi el mismo look hacen de la nueva de Todd Philips una apuesta no precisamente arriesgada. Como toda road movie, a la mecánica del accidente se le superpone una estructura episódica, pie para una serie de cuasi cameos celebratorios. El de una Juliette Lewis casi cuarentona –dealer que da la impresión de haber probado todo lo que vende–, el de Jamie Foxx y, en el episodio más salvaje, el del menos conocido Danny McBride (secundario de culto de las películas de Will Ferrell, Seth Rogen, Judd Apatow & Cia.) como violento mutilado de guerra.
Llevar las cosas al extremo, empujarlas a la violencia (Downey bañado en sangre, con un brazo enyesado y la otra mano esposada), el sexo duro (Galifianakis masturbándose largamente delante de su compañero, en compañía de su perro pug... ¡que también se masturba!) y el desastroso choque contra la ley y las instituciones (la policía, los hospitales, toda clase de agentes de seguridad) le da su plus a Todo un parto, contrapesando las fórmulas de Neil Simon aggiornado y volviéndola un nuevo viaje al lado salvaje. Una celebración del caos, digna de ¿Qué pasó ayer? Filmada una vez más con desconcertante combinación de finesse y brutalidad, con una química perfecta entre un Downey puro timing y Galifianakis ignorando su condición de gordo catástrofe, Todo un parto puede considerarse una decepción jubilosa, si algo así fuera acaso concebible.