Ashgar Farhadi, el más popular de los cineastar iraníes, vuelve a escribir y dirigir un film en una patria y lenguajes ajenos a los suyos. Se estrena en Buenos Aires el próximo 6 de setiembre Todos lo saben, película que fue exhibida en la apertura del Festival de Cannes, tiene lugar en el marco de un colorido pueblo español y en su elenco cuenta con figuras de la talla de Javier Bardem, Penélope Cruz, Bábara Lennie, Eduard Fernández, Inma Cuesta y Ricardo Darín. El ganador de dos premios óscar a película de habla no inglesa, con La separación y El viajante, recicla o retoma tensiones temáticas de anteriores obras para construir un relato que bucea entre el melodrama y el thriller, aunque el saldo final resulta cuestionable.
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Todas -o casi todas- las películas dirigidas y escritas por Farhadi atraviesan el mismo eje temático. Los vínculos familiares están sobrecargados de demagogia y basta el impacto de algún conflicto para que se desate una debacle familiar en donde secretos y tensiones ocultas salgan a flote. En Todos lo saben es la desaparición de Irene, una adolescente que es secuestrada durante la boda de su tía. La búsqueda del dinero para financiar el rescate resquebraja las susceptibilidades de los integrantes de la familia, quienes comienzan a sospechar unos de otros y a avivar rencores olvidados.
Laura -Penélope Cruz- viaja a su pueblo natal de España para asistir a la boda de su hermana, junto con su hija Irene y Diego, mientras que Alejandro -Darín- se queda en Argentina por motivos que luego descubriremos. Un viejo amorío de Laura con Paco -Javier Bardem-, dueño de una finca que la compró a un precio dudoso a Laura y casado con Bea -Bárbara Lennie-, cobrará un papel preponderante ante la desaparición de Irene. Hermanos, novias, abuelos se intercalan como piezas en esta trama en la que todos se relacionan de alguna manera.
El problema de Todos lo saben está precisamente imbricado en la crisis de alguien que escribe y dirige una película sobre un mundo y una cultura que le es ajena. El libreto cuenta con un conflicto consolidado, sobre un entramado de relaciones entre los personajes prolijamente zurcido, cuyo detonante irá descomponiendo, como fichas de dominó, las ramificaciones familiares. Todos los personajes tienen una función clara dentro de la familia y puede adivinarse a priori qué relación tiene uno con el otro. El jugoso elenco de grandes actores no se ve forzado porque cada personaje es importante y tiene alguna singularidad que exige una buena interpretación.
¿En qué se diferencia con sus producciones iraníes? En que la cercanía del realizador con el universo representado le permite tomar decisiones más arriesgadas en la composición de la puesta de la escena, agigantando el vértigo de la verborragia habitual de sus personajes. En Todos lo saben los personajes constantemente parecieran quedar en offside. La inseguridad del cineasta se enuncia en el costumbrismo que adopta para narrar la película, que lleva al film por momentos a refugiarse en un formato telenovelesco. La elección de algunos planos no responde a ninguna otra significación que no sea la de la necesidad de cubrirse. Casi todo lo que sucede está filmado con un plano-contraplano a media altura, porque Farhadi no quiere tomar el más mínimo riesgo. Así los actores quedan expuestos, dado que el iraní se preocupa más en poder darles espacio para que se expresen, que en construir un universo estético que los ampare y acompañe. Situación que no sucede en A próposito de Elly o en La separación, quizás por el abismo que nos separa de la cultura iraní y que al verlo trasladado a nuestro lenguaje queda en evidencia. O quizás la interacción sin traductores con un mundo harto conocido por él, le permite confiar más en los elementos dramáticos de la historia y entonces tomar decisiones más atinadas Quien más sufre este desfasaje es Darín, que encarna a un hombre cuya motivación religiosa está descontextualizada del universo ficcional, dado que parece extirpado de las tierras nativas del director.
Lo mejor de Todos lo saben está en la dosis de intriga que se genera acerca de la identidad de los secuestradores. La llama del relato se mantiene oxigenada por el componente policial que nos invita a desconfiar de todos. La decisión de encuadrar durante varios segundos al culpable en un momento del film donde su participación en esa escena no ameritaba semejante atención puede destruir esa intriga, aunque quizás esto sea solo una obsesión personal, que pasa desapercibida para cualquiera. El final abierto puede resultar inquietante, en la medida en que despierta la curiosidad de qué pasaría después.