Siempre lo primero es la familia
Una anécdota muy famosa de Ricardo Darín es su encuentro con el ganador del Oscar Javier Bardem. Ambos reconocidos, exitosos, cabezas de diversos proyectos de alcance internacional, estaban nerviosos por su cita. Es que la admiración mutua los ponía en una situación incómoda, que luego derivó en una amistad. Pasaron varios años, pero al fin llegó la primera película en la que los dos actores, de los mejores de su generación, se reunieron en un filme.
De la mano del iraní Asghar Farhadi (uno de los directores más importantes del mundo en la actualidad), Darín y Bardem, junto a Penélope Cruz, Eduard Fernández, Bárbara Lennie y Elvira Minguez, crearon “Todos lo saben”.
Laura ( Penélope Cruz) llega con sus dos hijos al pueblo en el que nació, y en el que viven sus padres y hermanos. Alejandro ( Ricardo Darín) se quedó en Buenos Aires lamentando no haber viajado, pues el motivo de la visita es el casamiento de Ana (Inma Cuesta), hermana de Laura. Allí, la “hija pródiga” se encontrará con Paco ( Javier Bardem), su amigo de la infancia, y muchos afectos que dejó en el pueblo.
La desaparición de la hija de Laura y Alejandro, en plena fiesta de casamiento, comenzará a plantar dudas y sospechas entre los invitados, algunos familiares y amigos, que darán pie a sucesos del pasado que nadie quiere recordar.
Parece una vuelta de tuerca a ese viejo refrán de “Pueblo chico, infierno grande”, y lo es, pues ya desde el título, algo que “todos saben” subyace bajo la superficie esperando a explotar. La película juega todo el tiempo con el silencio, primero con mucho ruido para evitar que ciertas cosas sean mencionadas claramente, y luego intentando callar, como sea, lo inevitable.
En ese sentido, el trabajo de Farhadi es impecable, creando atmósferas sumamente tensas y con un elenco de muchas figuras que, afortunadamente, esperan su momento para decir o hacer lo suyo, sin generar conflictos de cartel.
Parece una situación menor, pero en un ambiente con tantos egos dando vueltas, que todo el grupo de trabajo se comprometa por el bien del filme resulta auspicioso. Por otro lado, este conflicto coral genera un ambiente que parece más teatral que cinematográfico, y da la sensación de que el guión hubiese funcionado mejor en una plataforma como el vivo de las tablas, ya que en sus 130 minutos de duración, tanto clima de suspenso dramático, se resquebraja y se aproxima más al tedio que al éxito de sus intenciones.