La italianidad al palo
El éxito mundial de las tragicomedias románticas de estructura coral dirigidas por Gabriele Muccino (El último beso, Ricordati di me) hizo que el cine italiano alimentara sin descanso un género aparte: historias de parejas que se entrecruzan sostenidas por intérpretes muy conocidos del cine y la televisión local. En esa línea se ubica, también, Todos tenemos un ex, film que gozó del apoyo de dos millones de espectadores en su país y que consiguió 9 nominaciones al premio David di Donatello (el Oscar peninsular).
Aquí, como bien indica el título original del film (Ex), el eje pasa por las relaciones de pareja o, más bien, con las ex parejas. La película transita momentos cómicos y otros melodramáticos (accidentes, muertes), va del realismo al grotesco, de lo irónico a lo nostálgico con resultados irregulares: hay pasajes inspirados por lo emotivo o lo impiadoso; y otros que dan vergüenza ajena, como si fuesen un rejunte de clisés, estereotipos y ese sentimentalismo tan caro a la italianidad al palo.
Hay parejas que se separan, que se vuelven a juntar, que se extrañan, que se odian, que aman a sus hijos o que los odian. Esta mirada panorámica y abarcadora, algo así como un intento de retrato social y generacional, cae inevitablemente en la dispersión y la superficialidad: no hay tiempo de profundizar en cada episodio y, por lo tanto, las cosas se resuelven muchas con el trazo grueso y, a veces, con el lugar común.
De todas maneras, Brizzi le imprime a la narración una dimensión lúdica, leve y bastante fluida que hace bastante llevaderas las dos horas de relato. Los intérpretes -en su gran mayoría- están muy bien, aunque los desbordes (de los personajes más que de las actuaciones) hacen que haya algún exceso en diálogos o gesticulaciones.
Todos tenemos un ex no es una gran película, está claro, pero sí una mirada interesante a ciertos elementos de la sociedad "berlusconizada". Para quienes gusten del cine italiano a-lo-Muccino, entonces, se trata de una opción para nada desdeñable.