Más allá de la moraleja de cada caso, el film nunca se termina de poner demasiado serio ni sentencioso.
Las modas no sólo se pueden ver en las vidrieras de una venta de ropa, el cine también exporta sus mercancías aprovechando, tal vez, la renta que deja un éxito: luego de la abyecta Realmente amor los relatos corales con varias historias románticas en su interior han florecido. Ejemplo de esto es Todos tenemos un ex, de Fausto Brizzi, que además de continuar el concepto varias-parejas-que-se-relacionan-entre-sí-y-se-pelean-al-final-se-arreglan, lo que aporta es una mirada italiana al asunto. Entiéndase por esto, más pasional y menos culpable del ridículo.
Un psicólogo está distanciado de su mujer y a la vez es amigo de un juez que está en pleno plan de divorcio. La hija de estos se tiene que ir a Nueva Zelanda y sufre la distancia con su novio. Además tenemos una DJ que sale con un médico, que es amenazado por el ex de la mina, un policía que a su vez está presente en el accidente de autos que le cuesta la vida a la ex mujer del psicólogo. Lo que no dijimos es que la DJ tiene una amiga que se está por casar, con tanta mala suerte que el cura de la iglesia donde va a confirmar sus votos es un ex novio de ella, al que parece que abandonó malamente.
Si tratar de entender qué pasa es un lío, no tenga miedo: hay algo a favor de Todos tenemos un ex, Brizzi, como buen director de televisión, sabe contar todo esto sin enredar demasiado las cosas. Y, también, que a fuerza de soportar varios clichés y situaciones dignas de una publicidad de shampoo, podemos quedarnos con algunos chistes efectivos y algunas situaciones resueltas, un poco a los gritos, pero de forma efectiva, casi siempre por el inigualable Silvio Orlando (el juez), un tipo con una cara que nació para la comedia.
De terminarse la cosa aquí, estaríamos ante un buen ejemplo de cine pasatista y entretenido -el ritmo es veloz, como el Muchino de El último beso; los 120 minutos ni se sienten-, pero siempre el Diablo -o los guionistas- mete la cola y las cosas se arruinan. Todos tenemos un ex tiene un gran problema: salvo en la historia de los jovencitos que se distancian, en el resto Brizzi quiere dejar algún tipo de enseñanza, lo que -sabemos- se aleja del cine. Y, para peor, si miramos bien cada situación, casi todo se resuelve a través de la culpa: para una película que asegura creer en el amor, esto es bastante preocupante. La culpa tiene que ver más con el orden de lo moral, no con los sentimientos.
Ya en lo narrativo, las coincidencias son demasiadas hasta para un relato coral, y esto se parece a Vidas cruzadas con romance. Pero, más allá de la moraleja de cada caso, el film nunca se termina de poner demasiado serio ni sentencioso. Eso aligera las cosas. Menos mal, porque si agregamos que en la película los únicos capaces en tomar decisiones, para bien o para mal, son los hombres, estaríamos ante un film decididamente intolerable. Ya que estamos ante tanta testosterona itálica, apliquémosle un uso adecuado: Todos tenemos un ex puede ser usada para ir a mirar minas. A mí me gustó Cristiana Capotondi. Después no digan que no les avisé.