Interesante ópera prima con grandes contradicciones en su planteo
Extraña combinación la de Todos tenemos un plan . Por un lado, se trata de la ópera prima como guionista y directora de la joven Ana Piterbarg. Por el otro, es una ambiciosa producción de parte del equipo que ganó el premio Oscar con El secreto de sus ojos y el debut en el cine argentino de una estrella mundial como Viggo Mortensen, quien alcanzó tanto la popularidad (con la trilogía de El señor de los anillos ) como el prestigio (con sus aportes en varios de los últimos films de David Cronenberg).
Esa tensión entre una primera película que tiene bastante de climática e introspectiva y las exigencias de una producción a gran escala con proyección internacional es lo primero que se percibe en Todos tenemos un plan ,una película más que atendible, con no pocos hallazgos y atractivos, pero que resulta también algo errática y deja una sensación contradictoria y hasta desconcertante.
Mortensen se arriesga con un doble (o triple) papel. Por un lado, interpreta a Agustín, un pediatra de clase media-alta en plena crisis existencial, entre otras cosas porque su pareja desde hace ocho años (Soledad Villamil) lo presiona para concretar la adopción de un bebe. Por el otro, encarna a su hermano gemelo, Pedro, un marginal de salud muy precaria que vive en el delta del Paraná más profundo, agreste y sórdido, y participa en secuestros extorsivos liderados por Adrián (Daniel Fanego), un auténtico "pesado" de la zona.
No vale la pena adelantar mucho más de la trama, pero lo concreto es que a los pocos minutos del film Agustín encuentra la oportunidad de huir de su angustiante existencia y hacerse pasar por su hermano Pedro. Esa nueva vida incluye una relación afectiva con Rosa (Sofía Gala Castiglione), una veinteañera que lo ayuda en un microemprendimiento de apicultura y se convierte también en su confidente y amante.
En la película conviven -no siempre de forma armoniosa- el thriller hitchcockiano sobre identidades sustitutas con el film-noir que remite a esas historias del sur de los Estados Unidos (como las ambientadas en los pantanos del Mississippi).
El problema es que por momentos Piterbarg abandona la estructura policial (y deja varios cabos sueltos) y la construcción del suspenso para derivar hacia un thriller psicológico más intimista. A esa indecisión se suman referencias literarias demasiado explícitas y hasta redundantes ( Los desterrados , de Horacio Quiroga) y metáforas bastante obvias (el trabajo en la colmena).
La apuntada tensión también se percibe en el terreno visual (el trabajo del talentoso director de fotografía Lucio Bonelli es subyugante, pero por momentos cae en cierto preciosismo y regodeo) y en el musical (con una banda sonora demasiado subrayada e invasiva). Así, se pierden por momentos la densidad, la fuerza de la naturaleza salvaje del Delta, que funciona casi como un personaje más (y no menor) del relato.
En el aspecto actoral, Mortensen luce por momentos algo incómodo y forzado con sus diálogos, aunque su trabajo no deja de ser solvente. Tampoco se luce como en sus mejores papeles una actriz siempre notable como Villamil (esta vez no del todo aprovechada) y, por lo tanto, los aportes más intensos resultan los de Fanego y Castiglione.
Más allá de sus evidentes desniveles, el film tiene un despliegue de recursos (visuales, actorales, dramáticos) que lo convierte en una propuesta muy digna. Quizá no esté a la altura de la enorme expectativa que generó la incursión de Mortensen en el cine nacional, pero así y todo luce como una producción de indudable jerarquía.