Todos tenemos un secreto
Idea, producción, actores, equipo de profesionales, título: todo está bien elegido en esta película de la debutante Ana Piterbarg (Buenos Aires, 1971), que luce atractiva y formalmente sólida, aunque no todas las zonas de incertidumbre que contiene su argumento puedan justificarse.
El punto de partida es el reencuentro de Pedro y Agustín, dos hermanos muy parecidos físicamente pero separados por diferencias de distinto tipo: desafiante y de aspecto algo salvaje –consecuente con su vida casi marginal en una isla del Tigre– el primero, profesional pulcro e introvertido el segundo.
En ese primer tramo del film se suceden precipitadamente varios hechos, algunos vinculados a la relación de Agustín con su mujer, y otros a la confrontación entre los hermanos, que parece venir de lejos. La adopción de un bebé que queda en suspenso, algunos viajes intempestivos y un par de crímenes dejan al espectador algo desconcertado, pero confiado en que la historia se seguirá desanudando y las incógnitas se develarán, tarde o temprano.
Entonces (por circunstancias que no conviene develar aquí) Agustín comienza a hacerse pasar por Pedro, haciendo suyos los amigos-enemigos de aquél e involucrándose displicentemente en hechos peligrosos. Algo de su personaje recuerda al protagonista de Desde el jardín (1979, Hal Ashby), al menos su actitud pasiva es la misma ante quienes lo confunden o lo implican en diversos sucesos. Agustín no es tan lelo como el que encarnaba Peter Sellers, pero no es poca su cobardía. Cuando alguien le pregunta cuál es su plan, él asegura no tener ninguno; efectivamente, demuestra no tener claro ni el modo para engañar a quienes oculta su verdadera identidad como tampoco su proyecto de vida. Esa inercia y el apocamiento de Viggo Mortensen como actor, no ayudan mucho para lograr que el público se identifique con su personaje.
En medio de su agitado comienzo y su bello plano final, Todos tenemos un plan desliza pensamientos provocadores, genera intriga con recursos legítimos e integra múltiples referencias míticas, literarias y cinematográficas (Caín y Abel, Príncipe y mendigo, Horacio Quiroga, Hitchcock, El aura). Como idea central fluctúa la de que toda persona esconde un secreto. La verdad es esquiva, confiar es difícil y engañar también.
Promocionada como la nueva propuesta de los productores de El secreto de sus ojos (valiéndose incluso de la presencia de Soledad Villamil y el español Javier Godino, que actuaron en la película de Campanella), Todos tenemos un plan es, en algunos aspectos, mejor que aquélla: no injerta apuntes ambiguos sobre la historia política argentina ni pretende ser una radiografía tranquilizadora del porteño chanta pero querible. Adulta, seria, de factura impecable (aunque abusa un poco de la música), eludiendo clisés televisivos y con eficacísimas actuaciones de Daniel Fanego, Soledad Villamil y Sofía Gala Castiglione, su mayor problema reside en algunas inverosimilitudes y los motivos poco claros de la indefinición del protagonista. Por otra parte, promete jugar con las reglas del thriller pero termina convirtiéndose en algo ligeramente híbrido, sin dejarse contaminar demasiado por las asperezas propias del ámbito natural en el que transcurre la mayor parte de la acción.
De todas maneras, a pesar de los extravíos de su guión y de la endeble construcción de algunos de sus personajes, supone la aparición en el medio de una directora valiosa, capaz de conseguir en su ópera prima un tratamiento funcional de la luz y una creación de climas verdaderamente inquietantes, entre otros méritos difíciles de encontrar en la mayoría de las películas argentinas que llegan a las salas de estreno.