Policial negro con cambio de identidad
Protagonizada por Viggo Mortensen la ópera prima de Ana Piterbarg, con Sofía Gala, Daniel Fanego y Soledad Villamil narra la historia de un hombre que adopta la vida de su hermano gemelo para cambiar su destino.
Viggo Mortensen, se sabe, el más argentino de los actores extranjeros, es el protagonista de Todos tenemos un plan. Este dato atraviesa el relato de la debutante Ana Piterbarg ya que, como espectador, es imposible abstraerse de la fascinación que produce una estrella internacional, que formó parte de producciones gigantescas como El señor de los anillos, Una historia violenta o Promesas del Este, sea protagonista de un film nacional. En ese sentido, la imponente presencia –que se multiplica al interpretar a dos hermanos gemelos– es un punto esencial de la estructura del film y a la vez, le juega en contra. En tanto, la puesta rigurosa se diluye al menos en la primera parte, al atraer irremediablemente la mirada sobre su trabajo en detrimento del resto de los elementos del universo que plantea el film. Se trata de un policial negro que se asienta en el cambio de identidad, signado por un origen que los hermanos arrastran toda su vida y del que no pueden desprenderse.
Pedro vive sus días en el Tigre, sobrevive como apicultor ayudado por Rosa (la sorprendente Sofía Gala Castiglione, una de las interpretaciones más sólidas del relato) pero, además, es socio de Adrián (Daniel Fanego, el otro puntal de la película), con otros tipos de emprendimientos como el secuestro. A varios kilómetros de allí, pero no tanto, su hermano Agustín vive una vida de clase media acomodada como médico, pero en la ciudad la insatisfacción de su existencia se hace explícita cuando su esposa Claudia (Soledad Villamil) está a punto de adoptar un bebé. En ese punto de quiebre los hermanos se reencuentran después de muchos años y Agustín ve una oportunidad de empezar de nuevo y toma la identidad de Pedro. Así se traslada al delta, regresa a su lugar de origen para ser otro, su hermano. Para cambiar su destino.
El momento en que el thriller comienza a desandar su trama coincide con la curiosidad saciada acerca de las capacidades de Mortensen de adaptarse a un film nacional. La película entra en una meseta donde cada una de las decisiones, ese viaje al territorio oscuro de delincuencia, las historias no resueltas de la juventud, un amor condenado desde el vamos y un entorno ahora sí, bien lejos de la previsibilidad urbana, se preanuncia en la gravedad de la puesta, por las metáforas simplistas del panal de abejas, por las referencias literarias y el énfasis en la música. Sin ser un producto fallido, pasadas las casi dos horas de la historia, el interés que despierta la película como elenco encabezado por Mortensen, la exquisita factura de la puesta y el soporte de una producción importante, queda la sensación ambivalente de haber asistido al nacimiento de una realizadora a tener en cuenta y a la vez, de la oportunidad perdida de concretar una gran opera prima.