Algo se ha puesto de moda en la cinematografía mundial, el hecho de retratar amores otoñales. El amor en construcción en gente de la tercera edad ha dado buenos dividendos, y al mismo tiempo muy buenas películas, por nombrar dos de idioma extranjero, ambas del mismo año 2008, estrenadas con nombre muy similar “Nunca es tarde para enamorarse”, “Nunca es tarde para amar”. La primera es hollywoodense y apuntó a la taquilla a partir de sus protagonistas, Dustin Hoffman y Emma Thompson. La segunda de origen alemán, en cambio, su repercusión se debió al riesgo del enfoque que le dio su director Andreas Dresen al tema expuesto, a la profundidad del texto y la forma de narrarlo.
Dentro de la filmografía vernácula se puede recalar en varias producciones, y “Elsa y Fred” (2005), con la inolvidable China Zorrilla, es uno de los ejemplos claros, determinar que en principio es bastante más superfluas que la alemana, y con menos producción que la hollywoodense, pero que al menos algo del orden de la dignidad se sostenía, sea por los actores, por el guión, por ambos simultáneamente.
En éste caso, la apuesta va directamente hacia las actuaciones, arriesgar con Graciela Borges y Luis Brandoni es ir sobre seguro, pero cuando el texto es tan paupérrimo, la construcción tan endeble, los diálogos pueriles, con ausencia casi total de algún conflicto, sumándole la proliferación de planos detalles que nada agregan, sólo regodeo visual que termina lentificando aún más las pocas acciones que se desarrollan.
Todos los diálogos se notan impostados, trabajados con sonido de estudio, sin siquiera respetar los planos sonoros, de sumatoria permanente con el diseño de sonido, de música en términos de empatia que termina empalagando, o más precisamente transformándose en insoportable.
De poca ayuda es que la dirección de arte, la fotografía, especialmente la iluminación, sean del orden de lo inverosímil, en realidad están en concordancia con el resto de los rubros técnicos.
De que va la historia. Empieza en Italia con una mujer, Nina (Graciela Borges), quien carga con un pasado de recuerdos y frustraciones difíciles de abandonar, que huye de y hacia ese pasado sin resolver.
El lugar de la cita con su amigo del pasado es “Bourbon”, un club de jazz de la ciudad mediterránea, pero su amigo la espera para 24 horas después, allí conoce a Goodman (Luis Brandoni), un pianista acostumbrado a andar de gira, con una pesada carga sobre sus espaldas, un duelo que lo detuvo en el tiempo y lo mantiene rondando.
Lo que al principio parece un simple juego de seducción, termina por querer ser otra cosa, todo un proyecto, o una proyección de los deseos de ambos personajes, planteados de manera verbal, no se vaya a creer que algo del orden de la insinuación o la sutileza podría haberse puesto en juego.
Graciela y Luis pueden tener, de hecho la tienen, mucha chispa, lastima que los responsables del filme se olvidaron de cualquier elemento en que esa chispa pueda hacer combustión.