Otro film imperfecto pero con algo más que sus imperfecciones. Empecemos por lo que no está bien: la música de jazz omnipresente que, a veces, propone un clima alejado al de la situación que intenta ilustrar, en un desfase que provoca ruido. La historia es mínima, pero eso en el cine no es un defecto: nos importa el cómo, no el qué. Lo que está bien es el trabajo minucioso, científico casi, de Graciela Borges y Luis Brandoni. Ella es una mujer quizás básica pero no carente de inteligencia que vive la languidez de una relación terminada; él es un músico, un pianista, que utiliza el encanto para la conquista pero se encuentra con otra cosa. Lo interesante del film es que vemos cómo dos personas juegan a jugar, construyen concientemente una ficción que es más real que el mundo un poco trivial que los rodea. Gran parte del efecto proviene de dos actores puliendo ante el espectador a sus personajes, encontrando juntos no solo el tono para decir la línea sino para escucharlas. Pausada pero no lenta, Tokyo es pura actuación de cámara.