COSAS QUE NO QUEREMOS SABER
“Solo fueron un montón de cosas que pasaron”, sentencia Homero en ese capítulo maravilloso de la segunda temporada de Los Simpsons en el que Burns le regalaba a Bart la icónica y gigantesca cabeza olmeca. El comentario de Homero se refiere a que la aventura parecía terminar sin ningún tipo de moraleja, los personajes no aprendían nada, todo lo que había sucedido no tenía ningún tipo de consecuencia moral ni de ninguna otra clase. Es un chiste que me encanta y admito que su presencia en este párrafo es un tanto arbitraria aunque no del todo, porque sirve para mencionar aquella obvia diferencia entre la vida de una persona y su representación cinematográfica en forma de película o serie biográfica: la realidad no tiene sentido narrativo (y probablemente ningún otro), es inconexa, repetitiva, aburrida e irrelevante la mayor parte del tiempo, solo son un montón de cosas que pasan. No puedo dejar de pensar en Tolkien (la película) como en un esfuerzo sobrehumano por dotar de sentido trascendental la vida del escritor que no fue necesariamente extraordinaria en ninguna aspecto, y la ansiedad por querer que cada cosa que le pasó dejara huella en su obra literaria.
Desde el punto de vista formal, la película de Dome Karukoski es apenas correcta, abrumadoramente genérica, lista para anexar a cualquier lista de reproducción de las versiones modernas de Hallmark. Tiene un buen casting; Nicholas Hoult convence, y digamos que Lily Collins también y está razonablemente filmada, por decir algo.
Karukoski estructura la película con un largo montaje paralelo en el que se nos cuenta, por un lado, el largo peregrinaje de Tolkien en el frente en la Primera Guerra Mundial en busca de uno de sus mejores amigos, junto a un fiel soldado que no lo deja claudicar (sí, referencia de trazo grueso al viaje de Frodo junto a Sam en El Señor de los Anillos), y por otro su infancia y juventud. El conjunto de todo nos dará luego como resultado al Tolkien que todos conocimos (?). Así de esquemático es el guión.
Por otro lado, como decíamos antes, la vida de Tolkien no fue algo extraordinario, es más o menos la vida de cualquier muchacho de su clase en aquella época y lugar. Tenía amigos, se enamoró, consiguió una beca, fue a la guerra, sobrevivió y escribió muchos libros. Tenía un talento particular para los idiomas y cierta fascinación por la fantasía épica, pero siguen siendo datos triviales que cobran significado solo porque sabemos en quién se convirtió.
Es cierto que su intensa formación en lingüística y filología, algo que se menciona una cantidad alarmante de veces durante el film, explica alguno de los rasgos de su obra, pero no todo hecho en la vida de Tolkien tiene un reflejo directo en El Hobbit o en El Señor de los Anillos. Yo creo que esto es algo evidente, pero la película se empeña en explicarnos que no, que la vida de Tolkien solo tenía un destino: la de escribir una obra literaria famosa, popular y quizás un poco sobrevalorada.
Ese nivel de linealidad y cierta pereza al contarnos todas estas trivialidades, vuelven a Tolkien una experiencia cuanto menos tediosa, que olvidaremos muy rápido ante la embestida de información innecesaria sobre Game of thrones que nos invadirá el lunes.