El nuevo gameplay cinematográfico
En campaña por relanzar al personaje bajo un aspecto más actual, Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft (2018) acompaña el lanzamiento de su nuevo juego para las consolas de última generación. Lara Croft (Alicia Vikander), una joven atlética sin un rumbo claro en la vida, decide investigar y averiguar que ocurrió con su multimillonario padre, teniendo como única pista su último paradero: una isla mítica, lugar de una tumba legendaria en alguna parte de la costa de Japón.
Esta última versión de Croft se aleja de la imagen sexualizada de Angelina Jolie de 2001 para focalizarse en un personaje más joven, terrenal, con conflictos internos sin resolver. Entre una mezcla de acción y puzzles, la película se desarrolla al igual que los videojuegos característicos de la franquicia como así también los de aventura. El film adapta a la perfección esta esencia gamer en un gran traslado del joysticks a la pantalla de manera fluida y natural, cuando en muchos otros casos no se obtuvo el mismo resultado –Assassin’s Creed (2016), por ejemplo-.
Alicia Vikander, la ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto por La chica danesa (2015), encara a una Lara Croft autosuficiente y que busca encontrar el rumbo a su vida después de la desaparición de su padre hace siete años. A su vez, Vikander demuestra una destreza física ideal para desenvolverse de manera eficaz tanto en las coreografías de combate como en las escenas de acción. Lejos está de envidarle algo a los héroes de acción en estos tiempos; al contrario: dota a su personaje de una sensibilidad que conmueve y genera empatía con el espectador, acercando a su personaje más al público.
Utilizando los flashbacks como un recurso narrativo, el director Roar Uthaug recorre distintas facetas del padre de Lara como también desarrolla el vínculo que los une. El cast que acompaña a Vikander también logra una buena performance, tanto Daniel Wu como compañero y Walton Goggins como un antagonista con las intenciones claras y sin titubear. El punto flojo recae en Dominic West como el padre de Lara, preso de las -malas- decisiones del guión, con un personaje que en ningún momento termina de convencer en pantalla. Bajo esta impronta, Tomb Raider se pierde en incoherencias y acciones muy fuera de lugar que ayudan a que se desarrolle la historia en 122 minutos, aunque son muy poco comprobables y creíbles.
Sin muchos sobresaltos y con un guión que no ayuda a sostener una trama -con varios antibajos-, Tomb Raider Las aventuras de Lara Croft (2018) logra salir airoso de su reboot cinematográfico en una película que cumple con su propósito: entretener con mucha acción y una Lara Croft autosuficiente e intensa.