Angelina lo hizo mejor
Lara Croft, otrora interpretada por una joven Angelina Jolie como un personaje sexy, pícaro, divertido y algo sociópata, es ahora interpretada por Alicia Vikander en clave “realista”, una eterna víctima de las circunstancias despojada de cool, misterio o glamor. ¿Qué interesa a los guardianes del realismo el género aventurero? Imaginen a Eddie Redmayne reemplazando a Daniel Craig como James Bond.
La idea detrás de Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft (Tomb Raider, 2018) es ilustrar los orígenes de la icónica aventurera, darle un arco transformador y sugerir un futuro en el cual sus aventuras son más divertidas que las de esta película. No funciona. Lara es de entrada aburrida y jamás se transforma su personaje, mucho menos en uno interesante. Ni ayuda que el villano sea igual de blando, un Walton Goggins desperdiciado en el papel más soso de su carrera, nunca amenazante ni particularmente detestable.
Basta decir que Lara, más tarde que temprano, se embarca rumbo a una remota isla japonesa tras los pasos de su padre, quien desapareció en busca de la tumba de la mítica reina Himiko. Naufraga y es aprisionada por el grupo de mercenarios más gentil del mundo, considerando que llevan siete años curtiéndose en la intemperie y no hay otra mujer en la isla. A partir de ahí todo va relativamente bien para Lara, que disfruta de demasiados aliados y alegres coincidencias. El resto de la película mantiene el entretenimiento en un nivel templado y olvidable.
Esta nueva rendición de Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft es tan mediocre que no logra conjurar una sola escena o secuencia que sea genuinamente propia o algún día pueda llegar a ser recordada de manera emblemática. Aún la impresionante escena del avión pendiendo sobre un abismo está plagiando al menos tres películas de Steven Spielberg a la vez. Pero la decepción no se demora y ya en el primer acto contamos una pelea y dos persecuciones totalmente inconsecuentes. Las carreras ilegales en bici con reggaetón de fondo son tan poco representativas del resto de la película que la escena no debería estar ahí ni para simbolizar el personaje tocando fondo.
Se quiere establecer a Lara como un personaje simpático desde la vulnerabilidad, porque vive perdiendo peleas y desafíos y siempre está falta de dinero, pero no sólo nada de todo esto afecta el resto de la trama sino que tales debilidades jamás vuelven a ser problemáticas. Los guionistas Geneva Robertson-Dworet y Alastair Siddons se sirven libremente de todo tipo de tácticas trilladas para resumir ideas como quien está obligado y se las quiere sacar de encima. Otro ejemplo: hacer que el villano ejecute a uno de sus hombres para establecer rápidamente un nivel de crueldad e indiferencia hacia la vida humana que no sólo se ha visto incontables veces sino que jamás se ve reflejado en el resto de sus acciones.
El diálogo demuestra cuán poco inspirado es el guión, desde los intentos de frases supuestamente inteligentes (“Al menos no estamos muertos”/“No me digas” se repite dos veces como si los guionistas hubieran hallado oro en el intercambio) hasta líneas de relleno tipo “Nos estamos acercando” mientras los personajes, Dios los guarde, se están acercando. Tomb Raider: Las Aventuras de Lara Croft es una película que iba a ocurrir tarde o temprano independientemente de la inteligencia y la creatividad detrás del proyecto. Quizás uno podría comendar la fidelidad con la que adapta el videojuego de 2013 (el cual, a su vez, reiniciaba la serie) y saca en limpio una historia más o menos digna, lo cual a la zaga de la bochornosa Assassin's Creed (2015) es un alivio. Hela aquí pues, una nueva versión de Tomb Raider que oscila entre mediocre e incompetente y no deja sabor a nada salvo las ganas de volver al pasado.