Un regreso inesperado.
El clásico de los videojuegos, Tomb Raider, vuelve a la gran pantalla luego de quince años. Con una nueva estética, renovados efectos visuales y la acción de siempre, el director Roar Uthaug está a cargo de este retorno que cuenta nada menos que con la ganadora del Oscar, Alicia Vikander, para ponerse en la piel de la emblemática Lara Croft.
De un tiempo a esta parte hemos tenido varios ejemplos de “resurrecciones” de películas o personajes clásicos que creíamos que por el momento habían agotado sus posibilidades cinematográficas. Blade Runner, Jurassic Park o el reinicio de Los Cuatro Fantásticos son solo algunos ejemplos de esto que, partiendo del prejuicio de la falta de ideas o creatividad para la invención de personajes frescos, nos han dejado todo tipo de conclusiones que van desde la remake innecesaria, la continuidad algo forzada y la historia justa para revivir a un clásico en toda su gloria. La nueva Tomb Raider se encuentra un poco en el medio de esto.
Lo que tenemos es a una Lara Croft algo más juvenil si la comparamos con la versión que propuso Angelina Jolie a principios de la década del 2000. Lo que sí se repite es la figura paterna ausente en la vida de Lara y sobre esa pérdida no tan consumada es que girará la trama de esta nueva etapa de Tomb Raider. Resulta que la joven Croft se rehúsa a firmar los papeles necesarios para heredar la gran fortuna de su padre ya que esto significaría asumir como un hecho la muerte de Lord Richard Croft. De esta manera es que vemos a una Lara distinta, tratando de ganarse el pan con el sudor de su frente y para ello hará gala de sus grandes habilidades físicas en una escena inicial con bicicletas bastante lograda. Pero la parte de “Tomb” en el título no está puesta porque sí por lo que más pronto que tarde sabremos que la desaparición de Lord Croft fue la consecuencia de una investigación arqueológica que el empresario iniciara cuando su hija era solo una niña y que lo depositó en una isla prácticamente inaccesible donde presuntamente encontró la muerte. Cuando Lara finalmente accede a hacerse con la fortuna de los Croft descubre una pista dejada por su padre que la llevará a retomar la investigación con el doble objetivo de saber lo que pasó con su padre y evitar que se propaguen los males de una maldición oculta en la tumba de una antigua emperatriz japonesa.
Si el fanático del universo Tomb Raider está buscando una versión renovada de Lara Croft y que a su vez esté a la altura de la historia que la precede, debe saber que Alicia Vikander es la respuesta a todo esto. Combinando su enorme capacidad actoral con un despliegue físico formidable y algunos gestos onda “badass” que la vuelven todavía más atractiva, esta brillante actriz sueca logra captar al personaje en todas sus facetas, incluso en el acento británico. Ahora bien, ya sean fanáticos o no, si lo que se busca es una película entendida como obra integral es otro cantar.
Durante gran parte de la película da la sensación de que todo el proyecto cae en los hombros de Vikander y, si bien ella es impecable, no puede hacer nada frente a una trama troncal bastante pobre, un villano poco carismático, un grupo de actores secundarios que ni de casualidad están a la altura de Jon Voight (el primer Richard Croft) y un compendio de escenas de acción a cual más inverosímil que no solo le quita realismo a la historia (algo perdonable dadas las características de este género) sino que refuerza el hecho de que la película es el personaje, todo ocurre porque Lara Croft es perfecta e invulnerable. Esa chatura narrativa es su principal talón de Aquiles.
La nueva Tomb Raider desilusiona por su historia pero promete por su actriz principal siempre que este caso sea el de una primera película que abrirá el horizonte para una serie de secuelas que, ya hechas las necesarias introducciones, se anime a ir a fondo con un personaje que puede y merece mucho más.