Hay varias cosas para decir de Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft. Lo primero es que de entrada se anota un punto a favor al demostrar que tiene muy claro su origen de videojuego y su espíritu aventurero. Alicia Vikander, la sucesora de Angelina Jolie en el papel de Lara Croft, se luce como la heroína edípica que lucha mano a mano contra los malos de turno. Es fascinante ver cómo el personaje supera obstáculos y se carga la película al hombro. El resultado es como si estuviéramos presenciando un videojuego influenciado por la saga Indiana Jones y ciertos cómics de superhéroes. Verla a Vikander correr, saltar, tirar patadas y piñas y flechas, y hacer acrobacias imposibles en situaciones extremas es un reconfortante deleite cinematográfico.
La película dirigida por Roar Uthaug, que es el reinicio de la saga que debutó en cine en 2001, entiende la esencia lúdico-aventurera de la historia y entrega un entretenimiento efectivo y complaciente. Pero Tomb Raider no se queda sólo con esto y se conecta, además, con otra tradición de cine importante: la de películas de acción interpretadas por mujeres fuertes.
Lo malo es que no deja de ser un producto nacido del mercado de Hollywood, lo que también la convierte en una película insignificante, intrascendente, olvidable. Y lo que la baja aún más es que acentúa los vicios de la industria. Por ejemplo, la música exagerada para realzar algún momento dramático, y la detención de la acción para que la protagonista llore o para que afeite al padre. Por querer humanizarla, la edulcoran hasta tornarla empalagosa y ridícula.
La historia muestra a una joven Lara que no puede superar el abandono de su padre, de quien se desconoce el paradero. Hasta que descubre el motivo de la desaparición de su progenitor y se va a buscarlo a una lejana y misteriosa isla donde tendrá que enfrentarse a tipos jodidos y armados hasta los dientes, liderados por Mathias Vogel (Walton Goggins). La aventura y la acción están sobre la mesa. Y lo bueno es que Croft/Vikander nos lleva de la mano a ese lugar tremendo y nos divierte en el camino.
Lo mejor de la película es cuando deja al descubierto el mecanismo del género, cuando deja a la vista los engranajes de la acción, la cuestión estrictamente formal. Por ejemplo, cuando Lara tiene que hacer malabarismos para no caerse del fuselaje de un avión que pende de una cascada. Vencer un obstáculo para enfrentarse a otro inmediatamente después, y así, mientras la adrenalina crece, hasta casi el infinito. Los momentos como ese o aquellos en los que ella está sola, tratando de zafar de algún peligro o corriendo, son los mejores, porque representan al género en estado puro, auténtica acción desesperante.
Sí, es una película que probablemente no quede en la memoria del espectador, pero es muy entretenida.