Hace algunos años, cuando le preguntaron a John Carpenter cuáles eran sus videojuegos favoritos del año, puso entre los mejores a Tomb Raider: Survivor, de 2013. Resignado ante la poca frecuencia de películas que viene manejado el maestro, incursioné en su recomendación lúdica. Independientemente de mi estima incondicional hacia el maestro, el juego me pareció excelente. No jugaba a Tomb Raider desde aquella edición en la que Lara Croft, su ya célebre personaje, arrancaba la aventura luchando contra un tigre en medio de la selva. Pasaron muchos años y ahora los videojuegos de aventuras tienen, además de gráficos sorprendentes, construcciones narrativas mucho más complejas, con escenas casi “fílmicas” y un entramado de personajes más amplio.
Lo más interesante de Tomb Raider: Survivor, que al igual que este nuevo film se constituye como el “origen” de Lara, era la capacidad para entender a su personaje como a una heroína en construcción, que pasaba de ser una chica con culpa por haber sacrificado a la tripulación de un barco a convertirse en la salvadora de todos. Lara era vulnerable y uno, interactivamente, la iba acompañando en el proceso de experiencias y situaciones.
En Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft pasa algo parecido. Lara (Alicia Vikander) es un personaje con caprichos e ingenuidades que se va sumergiendo en la aventura, pero a la vez transita momentos de miedo, dolor y debilidad. Es bien sabido que los héroes son mejores cuando son personas comunes. De alguna manera esa es la esencia: encontrarse en el momento y lugar indicado enfrentando una situación que no se quiere enfrentar, que se teme enfrentar, porque enfrentarla implica un sacrificio, y que implícitamente expone el deber de realizar una tarea que nadie más es capaz de llevar a cabo.
Al contrario de lo que proponen varias películas oportunistas actuales con personajes femeninos “fuertes”, esta simple película de aventuras no nos pide simplemente asombrarnos ante la “mujer-figura”, la súper mujer que empodera desde su genialidad indiscutible. Los mejores momentos del film son aquellos en los que Lara se manifiesta como una chica vulnerable, que casi llora cuando se lastima, que siente dolor. Estamos ante una Lara Croft muchísimo más humana. Una de las mejores escenas se da cuando se reencuentra con su padre después de siete años, al que habían dado por muerto. Lara no corre a abrazarlo ni a que experimentemos aquel momento dramático del reencuentro. Ella simplemente cae al piso de dolor por la rama que se clavó en el abdomen unos minutos antes para que su padre vaya a cuidarla y curarla. Ese punto es clave si queremos entender la manera que tiene la historia de hacernos acompañar el camino de esta heroína. Quizás se deba todo a la relación con su padre.
La versión de 2001 con Angelina Jolie era todo lo contrario. Entrábamos al film con ella ya instalada en su enorme y característica mansión, mientras sus sirvientes la observaban entrenar luchando contra complejos y avanzados robots. La relación con su padre (que interpretaba John Voight) era breve y muy desaprovechada. En Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft, en cambio, esto es lo más importante. Podríamos decir que se trata de una película sobre padres y sobre hijos. Esto vale tanto para Lara como para su compañero Lu Ren (Daniel Wu) y para el villano Vogel (Walter Goggins), cuyo fundamento para sus actos es simple y concreto: entregarle el sarcófago a los malos para poder volver a su casa a ver a los dos hijos que abandonó.
Ese probablemente sea el mejor aspecto de esta entrega: saber trabajar con los elementos dramáticos aún en una película que derrocha efectos y acción por todos lados y que calca algunos de los rompecabezas de lógica del videojuego. En cuanto a la trama en cuestión, quizás podamos lamentar que solo cumpla una función de McGuffin, siendo únicamente funcional al movimiento de la trama. No porque los McGuffins estén mal, sino porque la cuestión se inicia con un planteo bastante interesante y difícil de deshechar: la tumba buscada es la de una reina japonesa cuya leyenda la retrata como la más despiadada dictadora que usó su poder y fuerza para el mal. Que Lara tenga que enfrentar ese aspecto de la misión, mientras transcurre su propio empoderamiento, podría haber convertido al film en una obra maestra.