Pulgares abajo para "Tomorrowland"
Tomorrowland prometió ser la quintaesencia de una película de Disney, pero abunda en efectos especiales y se dirige a un difuso destinatario.
La percepción del tiempo es el combustible de los recuerdos. Tomorrowland, la película de Brad Bird (especialista en animación) toma el nombre de una de las atracciones de los parques temáticos de Disney. En ese prototipo del paraíso que creó Walt, el futuro estaba (el parque perdura) asociado a la conquista del espacio. En 1964, tal el guion de la película, Frank, un niño prodigio, llega feliz con su invento a una feria de ciencias montada a tono con el espíritu de la época. Evalúan los inventos, el señor Nix (Hugh Laurie) y una pequeña que parece su hija, Athena (Raffey Cassidy). El relato de Frank adulto (George Clooney) es el primer contacto con la fábula de Disney en la que se ofrece una reflexión sobre el futuro, su construcción y posibilidades en términos positivos.
La primera dificultad para clasificar la película, apta para mayores de 13 años, es, justamente, la relación de Frank con el pasado y esa niña sin edad. Lo reintroduce al mundo que dejó en alguna dimensión irrecuperable, una adolescente inquieta Casey (Britt Robertson), hija de un ingeniero de la Nasa.
Tomorrowland abunda en efectos especiales. Athena se parte y recompone a la manera de Terminator. Hay violencia en los choques entre robots y humanos con poderes excepcionales y una mezcla entre el futurismo retro, la filosofía en torno a las imágenes que condensan el apocalipsis y las relaciones humanas que es preciso resignificar.
Clooney funciona como el adulto con corazón de niño que guía a la jovencita a la dimensión de la que un día fue expulsado. El actor va bien acompañado a la aventura por dos actrices que generan empatía inmediata. Britt Robertson compone a Casey, la chica que no se deja vencer cuando emprende una empresa, por loca que parezca. En tanto la pequeña Raffey encanta con su carita de ojos grandes y vivaces, en medio de la batería de láser y maquinarias desplegables.
La película pasa por varias etapas, desde la exposición lapidaria en cuanto a las posibilidades del ser humano, a las fórmulas new age para salvar el mundo. Con un discurso de exaltación de la voluntad y el deseo individuales ('los soñadores'), en concierto con millones de otras tantas voluntades, Tomorrowland expone el mecanismo de la manipulación que crea, también, imágenes del futuro en una especie de videojuego del apocalipsis. Con el tono y la energía de una propaganda con el sello Disney, la historia reúne recursos y diseños que han sido desarrollados en muchas películas del género, y se dirige a un destinatario difuso.
Athena en su rol de reclutadora de gente especial explica a Casey la necesidad de entrenamiento para no ser “un pin sin contexto”, metáfora viva del paraíso que Disney abona cuando dirige sus efectos a la platea más tierna.