Regreso al futuro
Tomorrowland (2015) tiene una visión algo impopular acerca del futuro: puede que no sea tan malo. Se nos enseña que la humanidad y la Tierra están condenados a matarse mutuamente, si la humanidad no se suicida primero, pero puede que el mundo no esté destinado a convertirse en la distopía que todos hemos aprendido a amar. Nos hemos acostumbrado tanto a la idea de que vamos a terminar como Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) que ya no nos preocupa tanto el apocalipsis como el post-apocalipsis.
El film abre en la Feria Mundial de 1964. Un joven prodigio llamado Frank intenta impresionar a un comité con el prototipo de una mochila propulsora o jet pack. Capta la atención de una avispada niñita llamada Atenea (Raffey Cassidy), quien le guía a la titular Tomorrowland, “la tierra del mañana” (ubicada paradójicamente no en el futuro sino en otra dimensión). Se trata de una rutilante ciudadela que vive y respira el recalcitrante optimismo americano al estilo Norman Rockwell, habiendo cumplido con todas las maravillas retro-futurísticas que profetizaban los Supersónicos por aquel entonces, cuando todavía se creía que la tecnología del futuro resolvería todos los problemas de la humanidad en vez de vehiculizarlos más rápidamente.
Ya en el maravilloso 2015, Atenea recluta a un segundo prodigio, una joven hacker llamada Casey (Britt Robertson) y unen fuerzas con el adulto, amargo Frank ([George Clooney) para encontrar una nueva ruta hacia Tomorrowland, la cual ha caído en desgracia y cuyo destino se haya ligado al de la Tierra de una forma confusa. No importa. Tomorrowland debe ser salvada, como la Tierra de Nunca Jamás, Oz, Narnia, Fantasía, Terabithia, Hogwarts, Campamento Mestizo y Ooo antes de ella. Nunca basta con emancipar al Joven Elegido de la restrictiva patria potestad, dejar detrás una mediocre realidad terrenal y llevarlo a vivir al mundo con el que siempre soñó. Siempre hay que redimirlo de una u otra forma.
Tomorrowland pues se convierte en una historia de aventuras con motivo de ciencia ficción y encabezada principalmente por las dos jóvenes actrices, Cassidy y Robertson (Clooney no entra en juego hasta la segunda mitad de la cinta). Las secuencias de acción son raudas y divertidas, la mejor siendo un asedio que nuestros héroes combaten con ingeniosos chiches tecnológicos, aunque ninguna se hace cargo de cómo logra Casey sobrevivir cualquiera de las cuarenta concusiones que deberían dejarla muerta o comatosa. Sobre los diálogos, la mayoría son cháchara expositiva dicha a las apuradas entre una persecución y la siguiente. El malo principal (Hugh Laurie) queda a cargo del único monólogo interesante, hasta problemático, pero por gajes del género los buenos responden con piñas, no diálogo.
La posición de la película es problemática por sí sola. Tomorrowland cita a muchos escritores futuristas con un recalcado pesimismo hacia el futuro – Huxley, Bradbury, Orwell – pero en ningún momento menciona a Ayn Rand, sobre cuyas polémicas ideas se ha calcado el guión de Brad Bird y Damon Lindelof. ¿Qué es Tomorrowland sino un reducto aislado del resto del mundo, reservado para unos selectos “soñadores” que celebran el hedonismo personal (ej. el jet pack) por encima del bien social? La relación desproporcionada entre Tomorrowland y la Tierra se toca apenas superficialmente, y abre un montón de preguntas que ni se responden. La película celebra la imaginación y el poder de la esperanza, lo cual es fantástico, pero la dirección en la que los encauza merece al menos un cuestionamiento más profundo del que el guión está dispuesto a hacer.
A todo esto, Tomorrowland toma su título de una de las atracciones de Disney World, lo cual explica por qué gran parte de su contenido consiste en tours y paseos alegóricos de una u otra índole. También explica la propaganda que se le hace a Disney, cuyo parque de atracciones literalmente esconde un portal hacia un mundo fantástico. También explica toda la propaganda que se le hace a Star Wars (música, sonidos, muñecos, etc.). Tomorrowland es el tipo de película que critica al corporativismo vil e imagina una utopía depurada de multinacionales, pero cuando sus héroes quedan sedientos luego de romper el continuo espacio-tiempo, les da de tomar Coca-Cola. Quizás tiene a Damon Lindelof que agradecer por ello, quien hizo el comercial más caro en la historia de Pepsi al escribir Guerra Mundial Z (World War Z, 2013).