Entre la fábula reflexiva y la diversión
La presencia de George Clooney y los efectos especiales son la atracción de “Tomorrowland”, una producción de Disney plagada de indefiniciones.
“Cuando yo era pequeño, el futuro era otra cosa”. Palabras más o menos, es lo primero que el inventor Jack Walker (George Clooney) registra en un video para la posteridad, un relato dentro del relato, donde recuerda la Feria Internacional de Ciencias que la propia Disney -–productora de este filme de Brad Bird-- produjo en Florida, en 1964, en el espacio de Tomorrowland, una de las atracciones de su mundo de diversiones.
La historia de la película va más allá del mero entretenimiento de un parque temático dentro de Disney World, y utiliza ese espacio real y todavía existente, donde la empresa ofrecía el sueño de un futuro mejor a los habitantes de una Tierra que se expandía hacia otras dimensiones del universo, a través de la exploración espacial.
Por entonces, Walter era un niño convencido de que cualquier invento, aunque sólo fuese potencialmente utilizable, era sinónimo de evolución y esperanza y lo suficientemente motivador como para producir un efecto multiplicador entre gente segura de poder aportar a la creación de un “maravilloso mundo”.
Pasado más de medio siglo de todo aquello, la mirada de Jack cambió de signo. Guerras, hambre, gobiernos inestables, una humanidad decadente, le quitaron las ganas de luchar.
Pero siempre hay nuevos adolescentes que sueñan, como la jovencita Casey Newton (Britt Robertson), y quizás siga existiendo Athena (Catie Cassidy), la niña de todos los tiempos que condujo a Walter de entre las atracciones del parque de diversiones a ese “mundo del mañana” que se gestaba en sus entrañas, donde “los mejores” buscaban la llave de un futuro mucho más promisorio del que terminamos viviendo.
Entre ese mundo en otra dimensión y el actual, la conexión es un pin tecnológicamente tan avanzado que permite atraversarlas de manera instantánea y transcurrir esta aventura donde los personajes ya no soñarán, sino que serán los responsables de que ese mundo del mañana no se vea estropeado por las condiciones del actual.
Con las mejores intenciones, un elenco que fluye, un director probado y un presupuesto bien invertido en efectos, la falla de Tomorrowland radica en su indefinición entre el entretenimiento y la fábula en exceso reflexiva, un sube y baja que se salva porque esto es Disney, y la empresa no falla cuando se trata de producir atracción.