Para ser una película que se sostiene tanto en la esperanza, la ilusión y los sueños, quizás sea paradójico que Tomorrowland sea una de las mayores decepciones en lo que va del 2015. Tras haber llevado adelante la enorme Mission: Impossible – Ghost Protocol, el director Brad Bird emprende una suerte de vuelta a sus orígenes como realizador, con un proyecto optimista sobre el futuro en la línea de The Incredibles o The Iron Giant. Y lo hace en forma verdaderamente despareja, con imágenes espectaculares y grandes secuencias de acción, pero con un baño innecesario en filosofía barata y un pedido de esfuerzo a la imaginación del público para terminar de funcionar. AL no vivir a la altura de sus expectativas, Tomorrowland es la Prometheus de este 2015.
No es casualidad que esté Damon Lindelof detrás del guión. El protegido de J. J. Abrams hace tiempo que abrió sus alas y se largó a volar solo, no obstante copió ciertas cualidades de su mentor –el secretismo absoluto en torno a sus proyectos, por ejemplo- y las aplica con menor tino en proyectos significativamente diferentes. Lost, Prometheus y ahora Tomorrowland cargan el peso de la doctrina que el autor le impone, en este caso un concepto infantil y fantasioso sobre el poder de los sueños o la fe, disfrazado de teorema científico. Y a fuerza de fantasía el film tiende a sobreponerse a la limitación estructural de su boceto -el cine siempre triunfa-, sin embargo no siempre alcanza.
Para tratarse de una película de Brad Bird, llamativamente tiene dificultades en su ejecución. De movida se conoce a Frank Walker siendo un niño en los años '60, quien presenta un jet-pack creado por él y deja una de las frases que están en el núcleo duro del film. Respecto a la utilidad práctica de su invento responde: "¿no puede solo ser divertido?". Tras pasar unos cuantos minutos junto a él, la narración pasa a la Casey Newton de Britt Robertson, que cargará sobre sus hombros buena parte del metraje, primero como introducción a su personaje y luego al emprender su búsqueda por respuestas.
Lo cierto es que todo ese primer acto se extiende más de la cuenta y de por sí había sufrido fuertes recortes en la edición para hacerlo más breve y centrado –los personajes de Judy Greer y Lochlyn Munro no aparecen y encarnaban tanto a la madre como el tío de la protagonista-. Una vez que Casey se reúne con la Agatha de Raffey Cassidy es que el ritmo empieza a incrementarse. La chica de 12 años es el verdadero hallazgo del film, robándose cada escena en la que se hace presente. Su introducción ante Robertson –que hace un buen trabajo pero que queda comprobado que necesita compañía- es brillante, en una secuencia de acción fabulosa que es mezcla tanto de pirueta como de efectos visuales. No en la línea de la cuarta aventura de Ethan Hunt, sino que el director trae a la vida una pelea al estilo de The Incredibles, con una nena que pelea mano a mano contra los divertidos Kathryn Hahn y Keegan Michael-Key.
De modo similar es el encuentro de Casey con el Frank Walker de George Clooney, que tiene una casa de estilo retrofuturista, repleta de inventos prácticos con los que sobrevivir a un posible ataque. Es claro que el film tiene un potencial enorme, sin embargo no termina de aprovecharlo nunca. La tardía llegada a Tomorrowland deja preguntas sin respuesta e impide extraer todo el jugo que tiene ese mundo alternativo en el que todo puede ser realidad. Jet-packs, piscinas flotantes, la capacidad de maravillar al público es infinita y se opta por seguir una conocida línea de luz contra oscuridad en un apresurado tercer acto que no termina de satisfacer. "¿No puedes solo sorprenderte?", le pide Frank a su joven compañera en un intento de que esta deje de interrogarlo, una línea en la que Lindelof pareciera hablar directamente con el público. Podemos, pero a veces no alcanza.