Utopía en tamaño miniatura
Disney busca recrear con Tomorrowland aquel viejo sueño de su padre Walt, quien tenía para el futuro una mirada absolutamente esperanzadora, pero la realidad de ese anhelo se hizo añicos tras la segunda posguerra y todo aquello que involucró políticas capitalistas y grandes multinacionales, gigantes que pugnaron por una luchan de poder donde el conocimiento y la parte científica fue cooptada por el interés económico y en relación a la peligrosa ideología del progreso el medio ambiente sufrió las mayores catástrofes.
Pero por supuesto que las distopías no son un tema recurrente para los estudios del ratón Mickey y los finales deben ser felices, porque de lo contrario el fantasma del tío Walt y su gélido aliento caería sobre la cabeza de cualquier infante. Tomorrowland es cine con mensaje que no alcanza a moraleja y que explota desde las ideas de Damon Lindelof la capacidad creativa de Brad Bird para construir un universo visualmente atractivo y un relato de aventuras a lo Julio Verne.
El resto es parte de un mecanismo conocido: estrellas convocantes como George Clooney, Hugh Laurie y dos adolecentes que se llevan la película por delante, Britt Robertson (Casey Newton) y Raffey Cassidy (Athena). Por momentos, el diseño de producción resulta impactante a la hora de tomar contacto con ese mundo del futuro donde, en apariencia, todo es felicidad como en Disney World, pero que es para pocos. Sobre este asunto no conviene avanzar, porque estaríamos adelantando mucha información aunque de eso se trata el mayor conflicto que atraviesa esta trama. Habrá robots reclutadores de jóvenes pioneros o soñadores para arreglar el planeta contra otros robots que pretenden mantener el status quo, mientras los protagonistas de la historia debaten entre el escepticismo de George Clooney, en la piel de Frank Walker –algo así como un inventor- y Casey Newton, una rebelde sin causa que intenta recuperar a un padre abatido que trabajaba para la Nasa.
Ahora bien, más allá de los pro y contra en función de las ideas de Tomorrowland, no puede dejarse de admitir que la película funciona como aventura cinematográfica, tiene un ritmo trepidante y una catarata de situaciones imprevistas, así como humor y acción ATP. No esperen violencia en Tomorrowland, porque los cuerpos no sangran; los huesos no se rompen a pesar de volar por los aires, salvo que seas robot y tus cables queden al descubierto.
El rescate de los pioneros o de aquellos que no conocían lo imposible obedece más a un anhelo de la nostalgia infantiloide necesaria para todo producto Disney que a una idea un poco más profunda en términos políticos.
Tomorrowland se pregunta desde su comienzo si el mundo roto tiene arreglo, pero lo más importante es que cuestiona el modo de contar la historia, porque el optimismo vende más entradas que la realidad, tal vez una lección de cine gratuita frente al modelo del cinismo imperante y falso que procura apoderarse de la industria, pero que en realidad alimenta al mismo lobo.