Los dos chiflados
A la crítica y a la cinefilia le costó mucho recibir a los hermanos Farrelly. Recuerdo cuando se estrenó Tonto y retonto veinte años atrás, y cómo, para cualquier cinéfilo, esa película representaba algo así como el anticine; lo más bajo a lo que se podía haber caído dentro del género. Porque la llegada al cine de los hermanos Farrelly escandalizó incluso a quienes estaban en contra de que la idea de que la comedia es un género menor. Admito que a mí, que en esa época tenía 14 años y estaba en plena transición hacia la “cinefilia dura”, también me género cierto rechazo Tonto y retonto (si bien era más bien fanático de una película como La máscara, que envejeció todos los años que tiene). Digamos que los Farrelly significaron en ese momento una especie de acabose porque tal vez, a algunos, este tipo de comedia extrema nos pareció, bueno, eso mismo; demasiado. Semejante repulsa me resulta, hoy en día, bastante risible si tenemos en cuenta que sí se recibía un poco más naturalmente el cine de un director como John Waters. Pero tal vez haya tenido que ver el hecho de que Waters siempre fue más bien un outsider, mientras que los Farrelly entraron con un pie en la industria al tener de protagonista a Jim Carrey, el comediante estrella del momento. Lo cual hoy en día me resulta una idea absolutamente esnobista y reprobable, pero bueno, en mi caso, tengo la excusa de la edad. Creo. En fin, que luego de que una obra maestra como Kingpin haya pasado totalmente desapercibida (aquí fue directo a video), de repente llegó Loco por Mary y todo cambió. O, bueno, algo cambió, porque hubo muchos contreras que lo siguieron siendo. Pero ya para la época de Loco por Mary, muchos percibieron que acá había algo; qué acá había unos directores con una mirada personal, con un modo de hacer comedia diferente, con un don de hacer comedias a la vez oscuras pero con corazón. Luego de Loco por Mary, los Farrelly mantuvieron un alto nivel de calidad -si bien la crítica, especialmente la estadounidense, les soltó la mano hace tiempo-, con picos de maestría como la extraordinaria Irene, yo y mi otro yo y las subvaloradísimas Inseparablemente juntos (en muchos sentidos la película más personal de los hermanos) y Amor en juego, donde jugaron a hacer una comedia romántica convencional (con guión de los enormes Lowell Ganz y Babaloo Mandel) y les salió una de las mejores de la historia, con grandes películas menores como Pase libre y La mujer de mis pesadillas y con otras algo fallidas pero no descartables, como Osmosis Jones o Amor ciego.
En 2012 hicieron la película más extraña y deforme de su carrera, pero también la película que siempre quisieron -y estaban destinados a- hacer: su versión cinematográfica de Los tres chiflados. Este proyecto tardó muchísimo en concretarse, y tuvo una serie de elencos tentativos en los que se barajaron nombres como los de Russell Crowe, Jim Carrey, Jeff Daniels, Sean Penn, Woody Harrelson, Mel Gibson y otras superestrellas. Pero, finalmente, los Farrelly terminaron optando por un elenco de bajo perfil, y ese bajo perfil (si bien cuenta con inolvidables cameos como ¡Larry David haciendo de monja!) terminó extendiéndose a todo el film. Esto hizo que la película no fuera tan notoria, y que muchos se hayan olvidado de ella en el poco tiempo que transcurrió desde su estreno (encima, a los genios del marketing que la distribuyeron acá no se les ocurrió mejor idea que orientarla “al público infantil” -si bien ya en la primera secuencia incluye chistes sobre el cáncer- y la estrenaron únicamente doblada al castellano). Pero Los tres chiflados es una comedia excelente de timing perfecto; una de las más logradas de la filmografía del dúo.
Lo que nos lleva de vuelta a su opera prima, Tonto y retonto -cuyos Harry y Lloyd no podrían haber existido sin Moe, Larry y Curly- y a la película que nos ocupa, su segunda parte -luego de una “precuela” de 2003 realizada por otra gente con mucho menos talento (si bien en un momento llegó a ser un proyecto de Trey Parker y Matt Stone) y de la que cuanto menos se diga, mejor-. Vista hoy (literalmente; hace un rato), Tonto y retonto es, bueno, una obra maestra. Este detalle me llamó bastante la atención ya que, si bien con los años aprendí a quererla, siempre me resultó una especie de primer borrador de todo lo que vendría después; una película cuya importancia dentro de la historia reciente de la comedia era mayor que su calidad. Pero no, la película es endiabladamente brillante: detrás de esa sucesión de momentos a pura escatología y slapstick y de su aparente estupidez se esconde una película que es pura sofisticación, que está construida con inteligencia, que está narrada de forma sólida y que hasta incluye algunos momentos altamente bellos desde lo visual.
Y Tonto y retonto 2, que podría haber sido fácilmente una secuela fallida y retrasada (no en el sentido Farrelly del término sino en el de “llegar tarde”), es una dignísima sucesora de su primera parte, si bien la crítica estadounidense -en quienes, igualmente, ya bien sabemos que no hay que confiar en lo más mínimo cuando de comedias se trata- ya la está haciendo pedazos. Jeff Daniels y Jim Carrey están demasiado grandes para ser Harry y Lloyd y, por un segundo, el hecho de verlos tan avejentados (especialmente Daniels, ya que Carrey arranca la película en supuesto estado catatónico en un loquero, con pelo y barba larguísimos) nos hace pensar que estos Harry y Lloyd van a verse un poco cansados; que la película no va a poder ser el tour de force que fue su primera parte. Pero, como dije, esto dura un segundo, porque Tonto y retonto 2 va directo a los bifes y no para hasta el último segundo de su brillante escena post-créditos.
A pesar de haber sido realizadas con dos años de diferencia entre sí, Tonto y retonto 2 es el opuesto de Los tres chiflados. Si aquella película era puro perfil bajo, en Tonto y retonto 2 los hermanos la juegan de maximalistas: aquí los Farrelly dejan de lado todo tipo de decoro -aquel decoro que hizo que la crítica les empiece a prestar un poco de atención-, y esa libertad -que en Los tres chiflados existía gracias a su perfil bajo- se respira todo el tiempo. Los Farrelly hacen humor con todo, con todos; sin importarles en lo más mínimo que estén haciendo el chiste más estúpido del universo. O, mejor aún, haciendo que cada uno de los chistes de la película compitan entre sí para ver cuál es el más estúpido del universo. Harry y Lloyd, veinte años después, resultan aún más patéticos e irritantes, y los Farrelly lo saben muy bien y nos lo demuestran todo el tiempo, acumulando capas y capas de desenfreno y locura. Pero, a la vez, nos presenta a unos personajes secundarios que se integran perfectamente a este universo. El mejor de ellos es sin duda el de Fraida Felcher, un personaje que apenas es mencionado en la primera película y que aquí aparece en forma de una Kathleen Turner enorme, con la voz más ronca del mundo, con una presencia increíble y bestial que le sienta tan bien al cine de los Farrelly como Jean-Pierre Léaud al de Truffaut. Fraida solía tener un tatuaje de un smiley arriba del culo pero, a fuerza de los años, los kilos y las estrías, se transformó en una carita triste. Un chiste perfecto que, en un principio, nos hace creer que el personaje se convirtió realmente en eso. Pero no, los Farrelly vuelven a hacer honor a su eterno amor por sus personajes y convierten a Fraida en un ser hermoso y feliz.
Pero si bien Tonto y retonto 2 está atravesada por ese espíritu anárquico, disparatado y de un festivo trazo grueso, los Farrelly se permiten ciertos momentos de comedia sutil y apenas perceptible, como en una escena que transcurre en un restaurante mexicano donde los mexicanos son… bueno, no voy a spoilear pero, cuando la vean, préstenles atención a los mariachis. Ah, y es muy probable que no se den cuenta porque aparece enmascarado, pero Ice Pick, el roommate de Harry, es un tal Bill Murray (pueden verlo aquí).