Quien esto escribe, hace 20 años, odió a los hermanos Peter y Bobby Farrelly por “Tonto y retonto”. Con el tiempo, uno madura y descubre que hay algo en esta gente que ha decidido entrarles a los lugares comunes de la corrección política por vía del humor grosero. Que nadie se espante ni sorprenda: también esta clase de humor requiere de inteligencia. Solo así puede causar risa, porque la risa es producto cerebral como pocos. Aquí, veinte años después, estos dos idiotas absolutos se vuelven a encontrar y uno de ellos descubre que tiene una hija a la que sale a buscar. Por cierto que las intenciones no son del todo altruistas. Jeff Daniels, un excelente actor, logra que su Harry sea un ejemplo extraordinario de la noble profesión del payaso. Lo mismo Jim Carrey, pero en este caso hay una sabiduría forjada con años de ejercicio. Como sucede en las películas de terror –que tienen más de un vínculo con la comedia cómica– el espectador quiere y no quiere mirar, quiere y no quiere reír. Pero cuando finalmente la risa rompe la barrera de la represión, es porque descubrimos el lado absurdo de nuestras ideas más arraigadas. Sí, este texto parece un poco académico, pero es que los Farrelly han logrado tomarse en serio una de las profesiones más riesgosas y despreciadas: la de hacer reír con nuestro costado más grotesco. Aún imperfecta, una película libre, y eso solo ya es toda una declaración de principios.