A 36 años de la original, la secuela de la película sobre una academia de pilotos aéreos cumpliendo una peligrosa misión, es un homenaje a sí misma. Con Tom Cruise, Miles Teller, Jon Hamm y Jennifer Connelly.
Para cierta generación de críticos de cine a la que por edad pertenezco, películas como TOP GUN –la original, de 1986, dirigida por Tony Scott– forman parte de las experiencias infantiles, adolescentes o juveniles. Y volver sobre ellas cuando, como en este caso, sale una secuela, aún con 36 años de diferencia, es casi regresar a esa etapa de la vida, para muchos añorada. Y si bien esas emociones son innegables, confundir bagaje crítico con nostalgia personal es un problema que debería evitarse. Sí, nos hace felices ver a Cruise en el rol que lo hizo famoso. Sí, nos saca una sonrisa recordar quiénes éramos cuando teníamos 12, 16 o 20 años. Pero la crítica de cine, supuestamente, debería ser otra cosa.
Esta introducción no quiere decir que TOP GUN: MAVERICK sea mala ni mucho menos pero tampoco es la salvación del cine de acción y aventuras que algunos parecen o quieren ver. Y lejos está de ser de las mejores películas de Cruise, un actor que por lo menos tiene media docena de obras maestras. Es un facsímil prolijo, hecho a conciencia y con mucho guiño, del film original, al que el paso y el peso del tiempo le caen bien. Cuatro décadas después, a aquellos eventos se los ven magnificados por los años y hoy nada es lo que fue sino un ícono de sí mismo. Especialmente el propio Cruise.
Creo, también, que la celebración de películas como TOP GUN: MAVERICK pasa porque se las ve y presenta como alternativa a los variados multiversos Marvel/Disney/Star Wars: es un film con escenas de acción que se sienten en el cuerpo, con un tipo que realmente parece estar volando un avión en lugar de estar adelante de una pantalla verde y con desafíos a escala humana, por más complicados que puedan ser para la mayoría de nosotros. Uno ve volar a Cruise y siente que el cuerpo se le sacude de un lado para otro.
Pero si uno sale de esa letra chica de tratar de defender un tipo de cine sobre otro (hablando siempre dentro del terreno de las superproducciones) y observa otros mecanismos cinematográficos y/o de guión de este film, tampoco es que estemos ante algo mucho mejor que lo que circula. Para los que atravesamos los ’80 en vivo y no desde la iconografía pop armada a posteriori, ver TOP GUN es también darse cuenta del cúmulo de clichés del cine de esa época. Vistos a la distancia, son simpáticos. Reconfigurados, no necesariamente. O no siempre.
La secuela imita el tono videoclipero ochentoso que tenía la original y que venía, sí, de la manera de filmar de Scott entonces pero más que nada del tipo de cine que proponía Jerry Bruckheimer, el productor, que se armaba como una colección de momentos musicalizados para MTV, infinitas secuencias de montaje acumuladas una tras otra. Bruckheimer vuelve a la producción pero ya sin el fallecido Scott. Y Kosinski no logra darle una marcha más al asunto. Le da, sí, la sensación de ser una película en homenaje a sí misma. ¿Alcanza con eso? Probablemente sí.
TOP GUN arranca con la mejor escena de la película, una en la que redescubrimos al protagonista, Pete «Maverick» Mitchell (para Cruise no parecen haber pasado 36 años sino, como mucho, 15-20) como un piloto de testeo de velocidad metiéndose en problemas porque hace lo que Cruise hace siempre: ir más rápido que lo permitido, poniendo en riesgo cosas que no debería. Nadie duda que sigue siendo el piloto más rápido de todos, pero un alto mando (Ed Harris) cree que hay que dar el ejemplo y castigarlo. Para eso lo mandan como instructor a la academia donde surgen los «top guns» del título, los mejores pilotos del mundo.
Pero Maverick es un iconoclasta, un tipo individualista y talentoso que no sabe, no quiere o no se anima a cumplir el rol de maestro, de enseñar su sabiduría a los más jóvenes. Pero Iceman (una emotiva reaparición de Val Kilmer) le asegura un lugar que considera clave, pese al fastidio de otros altos mandos (representados por Jon Hamm): liderar a un grupo de pilotos para llevar a cabo un complejo operativo de destrucción de una planta de enriquecimiento de uranio (o algo así, no importa realmente) que tiene un 90% de posibilidades de salir mal ya que es casi imposible de hacer, técnica y físicamente.
Es claro que «Maverick» Mitchell no podrá ser solo el «profe» y terminará metido en el asunto, ayudando a este grupo que funciona como recambio generacional y, a la vez, conexión con el pasado. Entre clips y fotos de la vieja película –y hasta algunas canciones repetidas casi en su totalidad–, el hombre enseñará a un tal Rooster (Miles Teller), que no es otro que el hijo de Goose, su mejor amigo del film original (Anthony Edwards), con el que tiene una tensa relación. Y si bien no aparecen en la nueva ni Meg Ryan ni Tim Robbins ni Kelly McGillis, la representante de esa generación aquí es Jennifer Connelly, en un personaje que se mencionaba pero no se veía en la película original. Sí, una ex novia de Maverick con la que puede tener una segunda oportunidad… si hace las cosas bien.
La película se centrará en los entrenamientos y en la misión del nuevo grupo, cuyos integrantes tienen talentos, problemas y rivalidades (y hasta escenas y looks) casi idénticas a las del film de 1986. Pero será más interesante como una suerte de homenaje a los veteranos, a los que creen más en el piloto que en la tecnología y en la capacidad humana de dar algo extra que lo que dan las máquinas o los simuladores de vuelo por computadora.
A este Cruise ya veterano se le da también la posibilidad de repensarse también no ya como un tipo solitario pendiente de su moto y sus vuelos sino como un hombre cuyas responsabilidades pasan también por otro lugar, por uno más humano y hasta familiar. Quizás sea esa, más que ninguna otra cosa específica de la factura de TOP GUN: MAVERICK, la que despierta cariño y la que hará que seguramente se convierta en una de esas sagas que pasan de generación en generación.