En la cuarta parte de la serie comenzada en 1998, Santiago Segura vuelve a hacer honor a lo peor que un canalla como el personaje que él mismo encarna puede mostrar en cámara, en este caso en 3D. Un ejemplo: escupir (en forma virtual) a la platea. El par de escupitajos que el personaje de marras lanza a cámara en los primeros minutos de proyección sintetizan la idea de cine que tiene su autor, quien hace más de una década viene perpetrando, cada vez con menos gracia, los mismos gags. Y es seguro que Segura lo seguirá haciendo.
José Luis Torrente, ex policía, es ahora seguridad privada. Pero como es impresentable (malhablado, gordo fofo, sucio en el más amplio sentido del adjetivo, machista y reaccionario trasnochado), suele meterse en problemas. A pesar de su permanente impunidad, esta vez va a parar a prisión por un crimen que no cometió. Rodeado de la peor lacra, se suma a un plan de fuga ajeno, para luego encontrar a quien lo puso en la cárcel. Torrente es un "guarro casposo" que considera a las mujeres objetos o simples prostitutas, y así aparecen, sin excepción: desnudas, sacudiendo sus siliconas.
La trama es burda, pero lo peor es la sexualidad de bajo fondo y la escatología, que desdibuja aquellas transgresiones que por novedosas y osadas fueron motivo de risas en la primera entrega.
Analizar Torrente 4 , más allá del fenómeno de taquilla en su país, en el intento de darle alguna justificación intelectual no tiene el menor sentido. Es curioso: en otros tiempos, películas como ésta eran muy justamente defenestradas sin más, mientras que ahora pueden darse el lujo de aparecer en festivales como el Bafici. Evidentemente habrá que repensar la mirada del cine porque comedias buenas y hasta transgresoras se siguen haciendo, pero que a ésta se le dé tanto lugar es demasiado.