La ley y la trampa
¡Que viva España! Bueno, esos gritos se escuchaban cuando este Estado plurinacional ganó el mundial de fútbol... y claro, sólo allí. ¿Y la crisis económica? ¡También amerita unos vítores para refrescar esa alma angustiada por la desocupación!
Las cuitas de José Luis Torrente (Santiago Segura) no distan mucho de este retrato hispánico contemporáneo, mezcla de desolación y Unión Europea. En esta ocasión, el ex policía devenido en “investigador privado” se ve obligado a aceptar un sangriento encargo a cambio de una recompensa económica que sus ansias de mujeres, alcohol y todo lo que el dinero puede comprar le impiden rechazar. Pero a su incompetencia inicial para efectivamente realizar esta tarea, se le suma tanto la dudosa colaboración del joven Julito “Rin-Rin” (Kiko Rivera), como la incapacidad de deducir los posibles inconvenientes de su torpe accionar. Caído en desgracia, Torrente deberá recurrir a sus viejos amigos y a su irracional y díscola astucia para escapar, nadie sabe cómo, de su conflictivo destino con la ley.
¿Es Torrente un crítico de la sociedad española actual? Torrente es sencillamente un guarro: su lugar en el mundo es tan molesto como inofensivo. No obstante, en los anales de la cinematografía, este obeso y sucio “detective” es ya un ícono de la comedia contemporánea. En esta nueva entrega del film dirigido, escrito y protagonizado por Santiago Segura, se comprueba este estatuto y se corre el riesgo de aseverar las bondades del producto sin pensar si nos ha convencido o no, cual si el éxito y la fama bastaran. De hecho, la recaudación de las películas de Torrente I, II y III (El brazo tonto de la ley, Misión en Marbella y El protector) y la afluencia de estrellas que participan en la presente producción (el “Kun” Agüero, David Bisbal, “Pipita” Higuaín, Jorge Castro, entre otros) reflejan al factor comercial como un motor del film más crucial que las razones “estrictamente” artísticas que pudieran tener estas apariciones y tanta fanfarria para Segura.
Tampoco debe obviarse el detalle del 3-D, que podría recibir la misma consideración que la lluvia de astros. Debería tener algún sentido o producir determinado efecto (en Torrente, podríamos imaginar heces voladoras o apabullantes senos de travestis), pero carece de intención y constituye otra guirnalda dentro del decorado general. De todos modos -por razones técnicas- el efecto tridimensional es apreciado mayormente en los títulos de crédito iniciales y finales, los cuales han sido creados por un equipo que sin duda merece reconocimiento (¿una manera de provocar el aplauso?).
Hasta aquí, parecería que la finalidad tiene un peso central en el análisis de cualquier film, y nada puede estar más lejos de la verdad. En primer lugar, porque se desconoce la dirección que el creador internamente pretendió imprimirle a su obra y, segundo, porque sería en exceso utilitario de nuestra parte creer que habría que explicar tal teleología del arte en el siglo XXI. Si notamos que Torrente 4 yerra en su rumbo es porque éste viene marcado tanto en su guión como en sus tres precuelas: constituirse en una parodia social. Precisamente es lo patente de esta intención lo que permite notar la superficialidad de los motivos y adiciones centelleantes. Es algo análogo a lo que ocurre con varias películas estadounidenses que suscitan el comentario “los yanquis tienen autocrítica”, mientras que, en realidad, se trata sólo de una vía de escape “legal” tan inofensiva como su contraparte republicana. Ahora más que nunca, para Segura y su Torrente: lethal crisis.