Torrente, un personaje que ha envejecido demasiado
Pasaron 16 años desde que Santiago Segura, en su triple función de guionista, director y protagonista, sorprendió con el personaje de Torrente, un detective fascista, bruto, machista, corrupto, sucio y racista que se convirtió en emblema de la comedia negra políticamente incorrecta en El brazo tonto de la ley.
La quinta entrega de la saga arranca muy bien: estamos en un futuro cercano (2018) con España expulsada de la Unión Europea, de vuelta a la peseta, con un IVA del 42% y con Cataluña independizada. En ese contexto, Torrente sale de la cárcel y es contactado por un ex soldado estadounidense paralítico (Alex Baldwin) para que arme una banda (que será de lo más patética, por supuesto) capaz de robar el único casino que sobrevivió al frustrado proyecto de Eurovegas.
Y es en ese momento, cuando intenta ser una versión en broma de La gran estafa, Misión: Imposible y las películas de James Bond, que el film se vuelve mecánico y mediocre, desaprovechando a un actor inmenso como Baldwin, que parece no haber entendido jamás el registro y habla un penoso español. Incluso una espectacular secuencia de acción como la del cierre resulta un mero regodeo de los recursos de producción dentro de una saga que había comenzado con más ideas que dinero. Los chistes y las referencias se repiten, y ni los homenajes (a Tony Leblanc) ni los regresos de Chus Lampreave y Neus Asensi, ni el diluvio de cameos (de Ricardo Darín a Imanol Arias) logran salvar a esta nueva entrega de una franquicia que habrá crecido en presupuesto, pero envejeció mal. Las arrugas ya se notan demasiado.