Michael Bay tenía razón
Pocas franquicias han sido tan frívolamente explotadas como lo fueron Las Tortugas Ninja durante gran parte de la década del 90 hasta el presente. Desde la ampliamente conocida serie de animación pasando por películas live-action, juguetes de todo tipo, video juegos, musicales (si, musicales) y nefastas entrevistas en vivo con actores disfrazados para un sinnúmero de programas de televisión. Cualquier producto de dudosa calidad sigue siendo rentable para promocionar el indudable carisma de estos personajes y su afición por la pizza y las artes marciales. No obstante – a pesar de haber aparecido hasta en la sopa – la llegada de Michael Bay como productor del reboot de la saga (Teenage Mutant Ninja Turtles, 2014) es actualmente tomada como la verdadera caída en desgracia de una licencia que viene a los tumbos hace rato.
Parece increíble que haya llegado el momento de justificar a Michael Bay en algo (si tenemos en cuenta que su influencia en el cine se basa únicamente en billetes y explosiones), pero luego del largo prontuario que recorre a las tortugas desde su primera aparición como cómic parecería un poco injusto señalar al director de Transformers como el máximo culpable del declive. Y más todavía cuando esta secuela podría ser la representación más pura de una nostalgia mentirosa.
En esta ocasión, los hermanos Leonardo, Donatello, Rafael y Michelangelo (voces de Pete Ploszek, Jeremy Howard, Alan Ritchson y Noel Fisher) vuelven a luchar contra el temible Shredder (Brian Tee), aunque esta vez acompañado por el alienígena dictador Krang (Brad Garret) y su fórmula química capaz de crear soldados mutantes para dominar el mundo. Es así que con la ayuda de la periodista April O’Neil (Megan Fox) y el novato policía Casey Jones (Stephen Amell, de la serie Arrow) deberán defender al planeta de una inminente invasión interdimensional, al mismo tiempo que enfrentan los prejuicios de los seres humanos por su grotesca apariencia.
TMNT-2
Haciendo frente a las forzadas reinterpretaciones maduras que tanto están de moda, Tortugas Ninja 2: Fuera de las sombras (2016) intenta sostenerse a base de una impronta intencionadamente caricaturesca y desenfadada puesta al servicio de emular la esencia kid-friendly con la que crecieron la mayoría de los fanáticos, en vez de homenajear el estilo gore de los personajes en sus comienzos como historieta. Esto se hace más notorio cuando descubrimos que el argumento es meramente una excusa para situar a los protagonistas en escenas de acción desenfrenada.
Por sobre esto, la narrativa Inevitablemente termina resultando básica, dividiendo didácticamente la historia en porciones que bien pueden resumirse como bloques televisivos. Algo que se combina con la casi inexistente explicación sobre los planes o motivaciones de los villanos y la constante aclaración de todo lo que sucede en pantalla. Por otro lado, tanto Shredder, April O’Neil y Casey Jones (los únicos personajes principales físicamente tangibles), son los menos desarrollados y carentes de personalidad en un elenco que no se destaca por su profundidad. En casos puntuales, hasta llegan a ser moldes vacíos en los que Megan Fox y Stephen Amell se calzan para acompañar la trama sin temor a desentonar.
Claramente todas estas características son propias de un film descuidado, libre de cualquier otra intención que no sea la de crear un artículo de consumo masivo y perjudicial para los seguidores que anhelan una adaptación a la altura del material original, y sin embargo parece que Bay y su equipo lograron inconscientemente recrear a la perfección nuestros más recónditos recuerdos de Las Tortugas Ninjas como simples vendedores de juguetes y golosinas.
Sólo un par de horas después de ver la película es que me di cuenta de que la serie que adoraba de chico nunca se caracterizó por sus argumentos complejos o el magistral desarrollo de sus personajes. Ni siquiera el estilo visual se destacaba en esos tiempos (con suerte se podían diferenciar a los protagonistas por el color de su antifaz). En esa época Las Tortugas Ninja frecuentemente funcionaban como una publicidad tradicional innata para la venta de merchandising, así que la locación forzada de marcas comerciales tampoco es algo nuevo. Entonces por qué existe tal indignación por la supuesta malinterpretación en el diseño y personalidad de un mundo que siempre fue igual de superficial y pueril. Probablemente sea nuestra incapacidad para reconocer que no todo lo que recordamos como sublime o de calidad indiscutible era tan perfecto como lo recordábamos.
Es muy difícil tener que darle la derecha a un director tan repudiable y a la vez imprescindible para la industria como es Michael Bay (aunque en este caso sea solamente productor) y decir que por primera vez su mirada no es errada, incluso de forma accidental y a partir de sus intencionales falencias. Me encantaría poder decir que Bay está equivocado, que sus inescrupulosos intereses económicos destrozaron la franquicia, que su incapacidad creativa es la mayor responsable de todos nuestros desengaños cinematográficos, pero indudablemente sería un necio. Porque si existe algo en lo que nosotros como público siempre caemos, es en pretender que el cine se proyecte como nuestro ideal de nostalgia.