Ser o no ser, ésa es la cuestión
Es entretenida, una catarata de secuencias de acción inverosímil, con humor y nada más.
Las sagas en Hollywood, que no se ciñen a algún éxito literario para adolescentes, están hechas para volantear en cualquier instante que sea necesario. En esta segunda parte de las Tortugas Ninja (que aquí dejaron de ser nombradas adolescentes y mutantes, aunque lo sean) ya ni los nombres del cuarteto se mantienen. Eran (son) en honor a maestros del Renacimiento italiano, pero salvo Leonardo (por Da Vinci), ahora son diminutivos, como Mickie (Michelangelo), Donnie (Donatello) y Rafa (Rafael). No es que nadie vaya a protestar, pero es un mero ejemplo de cómo el origen aquí fue eso, un origen, y ahora todo pasa por otro lado.
Secuela del éxito de hace dos años, el malo sigue siendo el mismo (Destructor), que escapa de un traslado de prisión ayudado por el Clan del Pie, y se termina aliando con un malvado peor, y además extraterrestre, y un científico nerd.
Del lado de los buenos está, cómo no, April (Megan Fox), que ya casi no hace de periodista sino de figura decorativa al lado de los quelonios enormes, que viven en las alcantarillas de Nueva York, comen pizza y disfrutan de los New York Knicks (es una manera de decir, porque por lo general pierden) desde el techo del Madison Square Garden.
La película es una sucesión de secuencias de acción trepidante, cuya verosimilitud no puede ponerse en discusión, porque todo es increíble. Seres humanos que se convierten en jabalí y rinoceronte, y la idea de que las mutantes pueden beber un líquido y “salir de las sombras” para que los humanos no las discriminen. Beber o no beber, ésa es la cuestión.
Producto pochoclero por antonomasia, seguramente en su versión 4D (ver Sistema 4D...) se disfruta mejor. Pero termina y ya está.