La plaza Canadá, en Retiro, tuvo un tótem donado por ese país de América del Norte-, desde la década del sesenta hasta 2008, cuando el gobierno de la ciudad de Buenos Aires decidió quitarlo en fragmentos porque afirmaba que no estaba en buen estado de conservación. Se decidió pedir a Canadá otro tótem, luego se frenó el pedido y luego se volvió a avanzar. La película de Franca González (Liniers, el trazo simple de las cosas, que también transcurría en parte en Canadá) no se ocupa de los vaivenes administrativos, sino que los anota escuetamente mientras se interna en la isla de Vancouver, al oeste de Canadá, para ver cómo se hacen los tótems, cómo es la relación del pueblo kwakiutl con ellos. González filma desde la tala de los impresionantes árboles hasta detalles del tallado y de las herramientas que se utilizan para trabajar la madera.
El protagonista es el tallador Stan Hunt, que aprendió su arte por herencia familiar y que se dispone a tallar el monumento de remplazo para la plaza Canadá de Retiro. González a cargo de la investigación, el guión, la dirección y la fotografía propone un documental plácido, sólido, seguro de lo que quiere contar y de cómo hacerlo (a diferencia de la más errática aunque más variada película sobre Liniers).
Sin embargo, en esa seguridad también reside su debilidad: por momentos a la película parece llevarle demasiado tiempo la necesidad de contemplar, de cumplir con el estilo sobrio que se impone. Si bien las imágenes son en general bellas, la película tiende al estancamiento al mostrar las actividades de Hunt y sus declaraciones, que son amables pero no carismáticas. Las imágenes de archivo tienen un montaje más convencional, pero a la vez inyectan algo de variedad y velocidad. Y lo mismo sucede con las fotos que sacan los Hunt para contar la última parte del proceso (González se había vuelto ante la incertidumbre acerca de las órdenes de Buenos Aires). Esas fotos aceleran la narración con económica gracia.
Finalmente, el tótem llega a Buenos Aires y la directora filma su instalación en la plaza. Ahí su estilo distante, límpido, prolijo y detallista para observar se potencia por el componente narrativo de la situación. Esa secuencia final es la prueba de que el cine de esta realizadora pampeana se beneficiaría con mayor espesor narrativo para sacar verdadero provecho de su por otra parte inobjetable planteo de registro y observación.