La séptima película en ocho años del joven realizador santafesino es su más ambiciosa y una de sus más logradas. El filme cuenta dos historias en paralelo, inspiradas en la obra del escritor Juan José Saer. Los sábados en el Malba.
El Año Saer tiene otro muy buen representante tras EL LIMONERO REAL, de Gustavo Fontán. El filme de Fund no se basa específicamente en ninguna obra del autor santafesino pero tiene una estructura y algunos puntos de contacto con “Cicatrices”, libro que tiene un breve “cameo” en la película. Aquí también son varias historias que tienen algún eje en común (o no) y que corren en paralelo, con relaciones más temáticas y estilísticas que necesariamente narrativas.
En Francia, el detective Philippe Toublanc (el crítico de cine y realizador Nicolas Azalbert), un hombre separado con un hijo pequeño escribe constantemente y recorre Paris hasta que en un momento es convocado para ir a una ciudad casi desierta (su pueblo natal, en Bretaña) a investigar el caso policial de un joven obrero que fue asesinado por otro, caso del que preferiría no tener que ocuparse.
En tanto, en Santa Fe, Clara, una profesora de francés tan solitaria como él (Maricel Alvarez, en su segundo filme en BAFICI) se topa con un crimen que sucede frente de su casa y con un caballo suelto en su puerta, que puede ser el único “testigo” del asunto. En paralelo, uno de sus alumnos de francés (Diego Vegezzi) empieza a obsesionarse con ella, a seguirla y a escribir trabajos para la clase que revelan que sabe mucho sobre Clara y que tiene una rara, pero ejemplar y poética manera de hacérselo saber.
Fund aplica aquí su ya acostumbrado registro poético para narrar mayormente con imágenes, aunque con una precisión y marcas de estilo un tanto más sobrias y formalistas que en sus anteriores películas. Los derroteros de estos protagonistas solitarios enfrentados a situaciones policiales nunca están narrados desde el suspenso sino desde la interioridad, algo que se sostiene también a partir del guión escrito por el director junto a Santiago Loza y Eduardo Crespo, en el que las palabras –especialmente en un momento, cerca del final– cobran un peso mayor que las que suelen tener en otras películas del codirector de LOS LABIOS.
En cierto modo, la forma que tiene Fund de “homenajear” a Saer está más en la forma –la experimentación con el lenguaje para narrar el tiempo, la espera, los momentos cotidianos– que en tomar estrictamente un texto suyo y adaptarlo. Y se trata, sin duda, de la manera más lógica de hacerlo, ya que la obra del escritor no es fácilmente trasladable de otro modo. El “espíritu Saer” circula alrededor de TOUBLANC y, quizás gracias a ese curioso “angel guardián”, Fund logre concretar su mejor película en mucho tiempo.