LOS CUERPOS HERMOSOS
La vida es compartida
Hay películas que no tienen fórmula, o que al menos la misma se nos escapa. Películas que no siguen, aparentemente, ningún patrón reconocible, que no tienen una línea narrativa clara. Esas películas que para contar la trama debemos recurrir a una simplificación genérica del tema que trabaja o a un detallado racconto de los hechos que suceden en la misma. Películas, en un punto, caóticas, impredecibles, mutantes. Tourneé pertenece a este grupo de films, y es por ello que es tan complicado escribir algo parecido a una crítica analítica de esta película. Inasible como es, Tourneé escapa a cualquier juicio, a cualquier encasillamiento. Cuando pensamos que hemos encontrado algo sobre lo que aferrarnos, en la pantalla sucede lo contrario y el film se desliza y se escapa de nuestro ánimo de reconocimiento. Algo sucede en el instante en que miramos Tourneé: se genera una entrega total en nosotros. Lo que vemos es un fragmento de un todo, imágenes diversas de personajes que viven por fuera de la pantalla y no únicamente dentro de ella. Permanecen en nuestra conciencia y generan un fenómeno único: la conciencia de la pantalla como ventana, como portal hacia múltiples posibilidades, fruto de la imaginación- de la concreción de la imaginación. Los rayos de luz reflejada plasman en un registro sensible distintas intensidades y texturas y se concibe una separación de lo real, la creación de una imagen. Y esta imagen se multiplica, una tras otra, y vemos (percibimos) movimiento, y nos identificamos con lo que vemos porque aquello fue (hay un recorte, hay luces, cámara y acción, hay marcaciones y actuaciones, hay un guión y hay alguien dando indicaciones desde detrás de cámara, pero eso que vemos, aún así, fue: sucedió) y ahora es. Y esa posibilidad de lo visible y tangible se torna en el caso de Tournée en su principal tesis, no es ni más ni menos que la concreción de un pensamiento muy claro: la vida como espectáculo. Y el espectáculo como vida- como única posibilidad de vida.
Mathieu Amalric interpreta a Joachim Zand, entrañable protagonista de Tournée.
La película sigue el relato de la gira de un grupo de artistas del "nuevo burlesque americano" por Francia, guiadas por su representante, Joachim Zand (el conocido Mathieu Amalric, también director del film). Sería errado llamarla una "road movie", pero algo de ello hay, mezclado con un fuerte tratamiento formal que la disfraza de una falso documental, una película intimista que se dedica a mostrarnos al espectáculo desde dentro, desde entre los bastidores. No somos espectadores de Tournée, somos actores y miembros de aquella compañía, y eso es parte- causa o consecuencia- del cariño que nos suscitan todos sus personajes.
En lo formal, Tournée está marcada por una constante cámara en mano y planos cerradísimos que a su vez se complementan, al momento de describir los distintos espacios a los que llega la compañía, con planos fijos y generales que marcan cada nuevo escenario en el que transcurrirá el relato. Amalric planta la cámara junto al escenario, en los camarines, habitaciones y baños de las bailarinas, está decidido a que lo acompañemos en el detrás de escena- su interés radica en la costura del espectáculo, en lo que lo rodea. Profesa un profundo amor por todas estas actrices del burlesque, y eso se percibe en la mismísima textura de la película. "Todo es nada excepto sus cuerpos (...) Todo menos ustedes, chicas. Las amo." Amalric ama esos cuerpos, y se dedica a retratarlos con una honestidad asombrosa. Desde el comienzo, en un único plano fijo en el que dos bailarinas se cambian y se visten para el show, ya se manifiesta la que será una de las principales características de Tournée: el retrato de los cuerpos como protagonistas, como realidad, como vida. Sin pudor, sin prejuicios, el realizador logra transmitir la belleza implícita en aquellos cuerpos.
Y si hay un cuerpo que se destaca por sobre el resto, es el de Mimi Le Meaux (Miranda Colclasure). Amalric se encuentra obsesionado con su espalda, con sus hombros, con sus tatuajes, con su piel. La cámara sigue a Mimi en múltiples ocasiones; ella camina a la deriva y la cámara (y en este caso más que nunca, nosotros) con ella. Porque este es un film sobre el movimiento. Tournée presenta una clara progresión dramática demarcada por el factor de la movilidad, de la continuidad de acciones y reacciones. Por eso el film resulta, como mencionamos en un principio, inasible: será recién al final, junto al mar, en aquel paraíso terrenal, en el que Joachim encontrará descanso, encontrará sexo, encontrará vida. Allí los tiempos se dilatan, los planos se estabilizan. Habrá silencio y Joachim querrá poner música, al contrario que a lo largo del film: la escena repetida del protagonista pidiendo a diversos encargados de hoteles de bajar el volumen de la televisión o de la música es un detalle no menor.
La fascinante espalda de Mimi Le Meaux, casi una protagonista más de Tournée.
Hay otro factor determinante en Tournée, y es su conflicto linguístico. Ya desde el planteo de la trama hay una cuestión idiomática que no debe ser dejada de lado. Este constante contrapunto entre el inglés y el francés, entre el mundo de Joachim y el mundo de las bailarinas. Es notable, incluso, el recorrido que plantea Joachim a las norteamericanas, visitando todos lugares de dicha nacionalidad o que al menos remiten al imaginario norteamericano (la escena en la tienda de K.F.C. habla por sí sola, pero también la constante de las estaciones de servicio o de los hoteles en zonas conurbanas). Esta cuestión idiomática es una dualidad que funciona como sinécdoque de los otros múltiples conflictos, también planteados en clave binaria: la dualidad de la doble vida de Joachim (su familia artificial encarnada en las bailarinas, y su familia real, es decir, sus dos hijos) y esta idea de movimiento de la que hablamos con anterioridad, progresando hacia lo estático de la secuencia final en el hotel a orillas del mar. El sexo así ya no es una eyaculación precoz en el baño de un hotel, sino que es puro detenimiento, pura dilación.
Hay un puñado de escenas sobre las que uno no puede dejar de hablar. Una de ellas es la situación que se plantea en la estación de servicio entre Joachim y la vendedora que trabaja allí. Es ejemplar el método que utiliza Amalric para atarnos a lo que vemos, para sentir aquellos silencios, aquellas miradas. O el recorrido en auto de Joachim junto con Mimi, con aquellos asientos enfundados en plástico; otro símbolo más de lo pasajero de todo lo que le sucede a Joachim, lo efímero del tiempo como accionar constante y la ausencia absoluta de placer.
Hay algo, también, en Tournée que me hace acordar a los films de Fellini, o a cierto cine de Antonioni. No entiendo por qué- poquísimo tienen que ver entre sí- pero está allí. Quizá el manejo de los tiempos, el devenir de la trama, la sensación de que no hay justificación alguna de lo que está sucediendo más que su existencia innegable, la exaltación del hecho por su simple condición de ser. Porque este es el gran acierto de Amalric: brindarnos un mirada- un atisbo- de aquello que es verdadera vida, sin necesidad de justificarse ni de defender sus planteos. No hay error porque no hay elección, las cosas suceden porque suceden y nada, ni siquiera su condición inherente de artificio (aún hoy los mecanismos cinematográficos resultan un mágico misterio), alcanza para abolir la evidencia física y tangible que se desprende, en cada fotograma de su metraje, en cada centímetro de piel de aquellos cuerpos hermosos, de un film como Tournée.