Pantalla del mundo nuevo
Una pandemia dentro de otra. Así podría definirse el estreno de Tóxico, la road movie de un mundo acechado por un virus. Disponible en la plataforma Cine.ar.
De haberse estrenado apenas tres meses antes, Tóxico hubiera sido una película posapocalíptica, otra del montón, como La carretera, como Cargo o Bird Box, un género que, décadas después de George Romero, volvió a salir de las tumbas con el éxito de The Walking Dead. Eso, hace tres meses. Hoy, es de una actualidad estremecedora. Según su director y coguionista Ariel Martínez Herrera, en una entrevista de Candela Gomes Diez publicada anteayer por Página 12, el film se había rodado hace tres años y ni en sueños se le ocurrió que el estreno iba a tener lugar durante una pandemia. Pero así son los hechos. Y ahora es difícil ver Tóxico libremente, como lo que es (un film posapocalíptico matizado por dosis de humor), sin atar cabos entre las imágenes y escamoteados diálogos con lo que por estos días embarga a la sociedad, sin hacer un paralelismo permanente entre realidad y ficción, sin ausentarse de la pantalla intermitentemente para perderse en rumiaciones mentales. ¿Martínez Herrera oculta que filmó a las apuradas –lo que a todas luces es un film de bajo presupuesto– en, a más tardar, enero último? ¿O es un visionario? Pero no, habrá que creerle. Tuvo el beneficio de una voluntad ajena, el preciado good timing.
Antes de que el escozor se vaya liberando como un fluido a lo largo de la narración, al principio se percibe que algo rara le pasa a esa parejita de treintañeros, pero nada demasiado escalofriante. Augusto (Agustín Rittano) y Laura (Jazmín Stuart) viven en Buenos Aires y tienen decidido ir a instalarse en el interior del país. Los amigos tratan de persuadirlos para que se queden, pero no hay caso. La decisión está tomada. Después se sabe que el disparador fue el destino de la farmacia de Agustín, vaciada por un saqueo. Y en una escena posterior se enciende la alarma: Agustín con barbijo haciendo cola en un drugstore junto a un puñado de personas también con barbijos, todos crispados, peleando por la pronta atención. ¿Familiar? En este caso, el virus de Tóxico se transmite por el agua y provoca insomnio. El resultado de la pandemia se muestra en decenas de personas perdidas por la calle, perseguidas con una brutal represión. Este es el punto más flojo del film: apenas se explica lo que verdaderamente pasa; las escenas de desesperación resultan más bien paródicas y nos quedamos con el nudo de la cuestión, el miedo. “¿Pensás que voy a contagiarte?”, dice ofuscado Augusto a Laura, al rechazar el ofrecimiento de un mate. “¿Querés que me ponga el barbijo?”. Lo que en definitiva se resalta es el esqueleto, el temor al contagio. Y el despojamiento de los condicionantes de la pandemia –el agua, el insomnio, lo que fuera– vuelve al film, tal vez de manera inconsciente, más susceptible de ser identificado con una pandemia real.
Pero existe una diferencia sustancial entre el virus de Martínez Herrera y el que escapó de una sopa de murciélago en Wuhan. En vez de decretarse una cuarentena, acá Laura y Augusto pueden libremente subirse a su motorhome y escapar de la pesadilla. O eso es lo que creen. Algo interesante de Tóxico es que vuelca el horror en una road movie, y eso –como ocurre en la fantástica Race With The Devil, un film clase b de 1975 protagonizado por Peter Fonda y Warren Oates– da lugar a que aparezcan otros peligros en el camino. El peligro acá son los propios controles policiales. La motorhome es detenida por dos agentes que, sin demasiada explicación, entran al vehículo, se sientan en un sillón y aguardan que la pareja les cebe mate. Los dos agentes son oscuros pero simpáticos, como corresponde, y le harán pasar a Laura y Augusto un muy mal rato. La aparición de estos tipos periféricos, grotescos –medio lyncheanos, en el acechante contraste con la apacible pareja–, traza un paralelismo con otros parientes de baja calaña como los personajes secundarios de El bonaerense y Buena vida delivery, y hace pensar si el nuevo cine argentino no dio lo mejor de sí hace casi veinte años, cuando puso el radar en el a menudo sorprendente y descuidado Conurbano.
Pero Tóxico, más allá de la coincidencia que dará que hablar (“la naturaleza se cansó de avisarnos”, dice un personaje menor más adelante), no es tan interesante. La narración cada tanto se intercala con la aparición de un hombre mal trajeado, parado cerca de la ruta, siempre dispuesto a pegarse un tiro, siempre interrumpido por una explosión que ennegrece el horizonte –una especie de viñeta que recuerda a Monty Python y al humor negro, similarmente estático, en los films de Roy Andersson–. Estos segmentos resultan inexplicables: la película no da la impresión de ser una parodia, ni tampoco un drama en medio del apocalipsis, ni tampoco –para decir la verdad– un film posapocalíptico. Parece más bien un work in progress, con múltiples cabos sueltos y personajes de escaso o nulo desarrollo. Casi casi, terminada a los ponchazos. Eso sí, con un timing perfecto.