Tóxico

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Distopía aceitadísima, concebida con sentido del humor y una capacidad anticipatoria sorprendente. Ésta es una definición válida para Tóxico, opera prima de Ariel Martínez Herrera que transcurre en una Argentina diezmada por una enfermedad nueva y letal a escala mundial. El largometraje se estrena hoy jueves en CINE.AR, pero –atención– fue filmada en 2017, cuando nadie podía pronosticar la crisis sanitaria que la Humanidad enfrenta en la actualidad.

«La primera película sobre la pandemia» promete la promoción de esta producción nacional, acaso la única favorecida por un contexto que perjudica notablemente a nuestro cine. En este punto importa poco si Laura y Augusto abandonan su hogar en la Ciudad de Buenos Aires para escapar de una peste sin relación con el coronavirus; en cambio sí impresiona la recreación de una debacle social parecida a aquélla provocada por la propagación internacional del COVID-19: comercios desabastecidos, rutas valladas, población embarbijada (con perdón del neologismo).

A medida que avanza, Tóxico destruye las suspicacias que levanta al comienzo: ¿estamos ante un trabajo express, filmado semanas atrás por encargo de algún productor oportunista? El hecho de que gran parte de la película transcurra en una motorhome alimenta la fantasía en torno a un rodaje clandestino… hasta que la casa rodante se revela como escenario insuperable para una fábula inteligente sobre los límites difusos entre el afuera hostil y el adentro protector, el otro enfermo y el yo/nosotros sano/s, el contacto objetivo y aquél subjetivo con una realidad indigesta, la supervivencia y la (auto)destrucción.

A cargo de los roles protagónicos, Jazmín Stuart y Agustín Ritanno le sacan lustre a la combinación exacta de dramatismo y humor que Martínez Herrera conjugó con los co-guionistas Luz Orlando Brennan, Lautaro Núñez de Arco, Santiago La Rosa y Santiago Podestá. Los acompañan con la misma solvencia los actores secundarios cuyos personajes se cruzan con el matrimonio fugitivo, por ejemplo Marcelo D’Andrea (el policía) y Alejando Jovic (el playero).

Esta road movie singular incluye un pequeño relato secundario, que gira alrededor de un sonámbulo ¿o enfermo psiquiátrico? vestido con pijama a rayas y aferrado a una almohada. El personaje acordado a Gabriel Horacio Pallero transita su propio calvario con estoicismo ¿o la más absoluta inconsciencia? y sin esbozar una sola palabra, como los (anti)héroes mudos inmortalizados por Charles Chaplin y Buster Keaton.

En este punto sí importa que la pandemia en cuestión no sea de coronavirus, sino de un insomnio despiadado, sin antecedentes en los anales de la medicina clínica y psicoanalítica. La pérdida progresiva e irreversible del sueño atenta contra la salud física y mental; los infectados adquieren conductas parecidas a los zombies; los sanos temen menos por sus cuerpos que por sus cabezas.

A los ocho minutos de iniciado el film, Laura deja los resultados de unos análisis de sangre sobre el piso del living de su casa a medio desmontar. La cámara aprovecha el gesto para mostrar unos libros apilados en ese mismo parquet: la tapa de Informe sobre ciegos asoma con mayor nitidez.

La referencia al libro de Ernesto Sábato parece advertir que Tóxico es algo más que «la primera película (argentina) sobre la pandemia». Como Fernando Vidal Olmos, Laura –y sobre todo Augusto– se sienten a merced de una comunidad tan peligrosa como la secta de invidentes, los insomnes patológicos.

Desde esta perspectiva, Tóxico nos sumerge en aquel infierno que según Jean-Paul Sartre son los demás, pero que cada uno fogonea con sus propias taras. Por suerte Martínez Herrera apuesta al humor para atenuar la gravedad de esta otra aproximación al peor mal que aqueja a la Humanidad: el odio.