ALGUNAS IDEAS EN MEDIO DEL APOCALIPSIS
Los primeros minutos de Tóxico, la película de Ariel Martínez Herrera, alcanzan una relación bastante singular con lo real. Una pandemia de insomnio acecha a la humanidad y la gente apuesta por el encierro, por la falta de contacto físico, por el uso de barbijos y por métodos de higiene para no ser infectada. La película, que se filmó antes de que el planeta entero cayera preso de la paranoia ante la pandemia del lamentablemente famoso Covid-19, logra por azar algo que no puede alcanzar por medio del cine: conectar con el espectador.
Es decir, el asombro que generan los primeros minutos, con planos de gente con barbijo y miedo ante lo que sucede, moviliza una expectativa que la película se encarga progresivamente de ir desarticulando. La ilusión, por lo tanto, dura un instante y luego nos entregamos a un relato que avanza de manera aletargada, pero sin hacer de esa ralentización una apuesta formal interesante. Tóxico es una suerte de film apocalíptico, con elementos de humor absurdo, pero fundamentalmente el drama de una pareja que viaja para escapar de la pandemia y, tal vez, de su propia disolución. Ella (Jazmín Stuart) parece más relajada ante la situación general, aunque recibió la noticia de que está embarazada y no sabe cómo contárselo a su pareja; él (Agustín Ritanno) es el dueño de una farmacia que ha sido saqueada y que se nota mucho más tenso y obsesivo ante la posible enfermedad. Obviamente, el viaje convierte también a Tóxico en una road-movie, con los protagonistas cruzándose con personajes de lo más extravagantes.
Martínez Herrera, con experiencia en muy buenas webseries de humor como Famoso o Periodismo Total, lamentablemente no encuentra nunca el tono de su película. Tóxico cuenta por momentos con algunos encuadres e imágenes potentes (la pareja disfrutando de una puesta de sol, una tortuga cruzando la ruta, un suicida interrumpido por explosiones, unos muchachos con trajes de fumigador tocando rock, un tipo que llora y se termina tirando por la ventana de un consultorio) que dan la impresión de un director con un mundo rico en ideas y conceptos visuales, con una fuerte conexión con el absurdo, pero que no puede hacer de eso algo más que una apostilla, una señal de humo que destaca el cine que ha visto y del que ha aprendido. Esos momentos de lucidez audiovisual, que pertenecen mayormente a escenas de transición y no a las que movilizan la narración, son situaciones aisladas de un relato mínimo que se extiende demasiado, a pesar de durar apenas 80 minutos. Las presencias de Stuart y Ritanno en plan bucólico (¿será por el insomnio?) tampoco ayudan para que conectemos con la experiencia que propone Tóxico.