Con las aventuras en primer plano
El reestreno de Toy Story 2 en su versión 3D es el último escalón antes de la llegada de la flamante tercera parte de la historia, en julio próximo. Al igual que sucediera con Toy Story, primera y seminal película de los estudios Pixar, el pase del film a la tecnología hoy tan a la moda no supone mayores cambios, pero sí comprende una puesta en valor de todo lo bueno que mostró diez años atrás. La cuestión, ante esta versión en 3D, es preguntarse qué aporta la nueva tecnología a una película que acumula méritos suficientes como para no necesitarla. La continuación de la saga que protagonizan los dos juguetes preferidos del niño Andy: el cowboy Woody y su compañero –casi rival en la primera parte– Buzz Lightyear, astronauta corajudo y leal, tiene una gran idea detrás, que se mantiene incólume: demostrar que la transitoriedad del goce por los juguetes no queda fijada a la infancia y sí al amor que se puede tener por ellos. En ese sentido, su visión en 3D está justificada, ya que les da una textura a estos muñecos que los hace aún más cercanos, con una entidad espacial que se adivina desde el primer momento, cuando Buzz aparece como protagonista de un videojuego. Sin humanizarlos, claro, que cuando Pixar cruza esa línea logra sus películas más desparejas (Cars). Éstos no son objetos ni personas: son juguetes vivos, ni más ni menos, capaces de comprender su misión en este mundo y encararla con valentía, aunque el olvido esté en el horizonte.
La historia funciona de maravilla, con la peripecia de Woody a punto de ser vendido a un museo junto a la vaquerita Jessie y el “oloroso” Pit, y finalmente rescatado del malvado coleccionista Al por sus chiches amigos. Como corresponde, con la aventura en primer plano y la tecnología detrás.