Toy story 3 habla de los cambios que el tiempo impone en la vida. Pero sería banal y trillado, si no lo hiciera incluyendo(se) en esa realidad, si no tuviera la sabiduría de entender que lo que queda atrás no desaparece.
Andy ha crecido. Ese es el punto de partida de esta nueva película de la serie que, en lo personal, considero la mejor saga de la historia del cine. El nudo narrativo se basa en una realidad: cuando los chicos crecen, dejan de jugar con sus juguetes. Y a estos les quedan pocos destinos posibles. Ser regalados, quedar arrumbados en un depósito, esperando que algún milagro los rescate, o ir a parar a la basura. ¿Cuál será el destino de Woody, Buzz, y el resto de los juguetes que han estado con el pequeño Andy durante años? (y que, de un modo u otro, han estado con muchos de nosotros durante ese mismo tiempo).
La aventura que desencadenará esta situación inevitable, con sus malos entendidos, escapes, separaciones y corridas, muy a tono con las anteriores dos presentaciones, será vehículo y excusa para contar una historia maravillosa. Entretenida como siempre, la narración estará sustentada en la gracia de estos juguetes, que cobran vida cuando nosotros no los vemos. Woody y sus compañeros, deberán esperar la decisión de Andy, que está a punto de marcharse a la universidad. ¿Qué hará con ellos? Ya no habrá lugar en el arcón en el que se hallan guardados (y desatendidos). De modo que se encuentran ante un final anunciado.
La película cuenta la historia de esta y otras decisiones necesarias, vitales y, por supuesto, del destino de aquellos juguetes que ya no serán nuevamente jugados por su dueño. Como las anteriores, tiene un núcleo central extremadamente potente en materia dramática: al apelar a los juguetes, remite a todos los espectadores a un lugar maravilloso, en la medida que seamos capaces de aceptar el hechizo cinematográfico: el lugar del juego. Porque abiertos al espíritu lúdico, cada uno de nosotros puede ocupar el lugar del niño sin inconvenientes. Y allí somos todos iguales. Esta apelación al juego, nos permite a todos tener el mismo punto de vista ante la situación planteada. En el universo lúdico somos todos jugadores, y no hay edad que valga. Ese es un punto fuerte de toda la serie.
Claro que en esta versión hay diálogos particulares que los realizadores intentan con diferentes espectadores posibles. Toy story acompañó a lo largo de su crecimiento a muchos jóvenes de hoy. Esta película está íntimamente dedicada a ellos. A quienes la vieron con sus primeros años de infancia y hoy, quince años después, están arriba de los 18. Y que como Andy, tal vez tengan sus juguetes guardados en un cajón. Juguetes entre los cuales, además, es probable que haya una réplica de Woody o Buzz Ligthyear. Sus realizadores tienen con ellos un vínculo muy especial. De algún modo, con esta película los despiden con profundo cariño. Podemos imaginar que les dicen: “Ustedes crecieron con Toy story, como Andy con sus juguetes. Bueno, llegó el momento de separarnos. Tal vez un día vuelvan con sus hijos, pero esa será otra historia”. Y esto es parte de un ciclo vital, con todo lo bueno que ello tiene.
También la película implica a sus padres, quienes hoy ven a sus hijos crecidos y, como la mamá de Andy, suelen mirar aquellos viejos videos, que atesoran imágenes de un tiempo añorado. Si hasta ahora llevaron a sus hijos de la mano al cine, es tiempo de que ellos vayan solos, y elijan sus propias películas, del mismo modo en Andy parte a la universidad.
Toy story habla de cambios en la vida, los inevitables, los que son parte del tiempo. Pero esto sería banal y trillado, si no lo hiciera incluyendo(se) en esa realidad, si no tuviera la sabiduría de entender que lo que queda atrás no desaparece, sino que se lleva en tanto es parte de la historia personal. Pues más allá de todo, los amigos siguen estando, siguen siendo los viejos compañeros que fueron. Siguen significando la vida de cada uno. Aquello que quedó como marca no se va a borrar, es indeleble. Como esa marca que dice Andy, en el pie de Woody.
Y esto es maravilloso.