Una película grandísima
Cuando se estrenó Toy Story, la primera, hace casi una década y media, se escribió mucho sobre la novedad de hacer un largo animado “en computadora”. La animación digital se hizo familiar, y sobre todo Pixar se hizo –afortunadamente– familiar. Y la tercera parte de Toy Story es uno de los grandes hitos de la productora, sino el mayor.
Toy Story 3 se estrena en 3D y en 2D. Y doblada y subtitulada. El doblaje es excelente. La versión subtitulada también. Por ahora, sólo la vi dos veces, en 3D, y es un 3D sobrio, usado con gran criterio espacial –como en Avatar– y con ningún efectismo de esos de andar revoleando cosas hacia el espectador.
Toy Story 3 despliega una cantidad asombrosa de ideas: pequeños grandes chistes, grandes secuencias cómicas, personajes que cambian de ideas y hasta de nacionalidad, recreación de personajes con nuevos materiales, diversidad musical, un grandioso malo sibilino y nuevos juguetes entrañables. Como las dos entregas anteriores, Toy Story 3 se apoya en tradiciones bien aprendidas: no por nada por ahí anda un Totoro de Miyazaki, y no por nada Woody irrumpe con una aparición digna de un potente western. Más tarde, se hacen presentes los espíritus de John Wayne + John Ford + Más corazón que odio + Steven Spielberg + La guerra de los mundos. Podría ser más preciso y ubicar estas referencias en la película e interpretarlas de forma más extensa, pero quedaría una nota demasiado larga y tendría que revelar detalles que están hechos para sorprender al espectador.
Toy Story 3 es una gran aventura, en muchos sentidos. La aventura de los juguetes ante el mundo exterior. La aventura del escape de una prisión en la mejor tradición de fugas clásicas cinematográficas, que nos recuerda desde Fuga de Alcatraz de Don Siegel hasta Pollitos en fuga de Aardman Animations, que era una reversión con aves de corral de Stalag 17 de Billy Wilder. Una aventura de múltiples evasiones frente a las diversas amenazas de pasar al (sub)mundo de la basura. Y, en profundidad, la aventura de los juguetes –y sobre todo de Woody– frente al paso del tiempo y sus consecuencias.
Toy Story 3 es un relato sobre la inexorabilidad del paso del tiempo, sobre la finitud de la infancia, sobre la mortalidad y sobre la herencia, sobre lo que los humanos legamos a las generaciones futuras. Así, es una película terriblemente dolorosa, que se anima a profundidades y oscuridades literal y visualmente infernales. Y emerge de ellas con gracia, belleza, inteligencia y corazón.
Algo más. Sobre el corto que se da antes de la película, que se llama Día y noche y es ingenioso, astuto y técnicamente brillante, como son muchas publicidades. Muy simple en su mensaje de “aceptar lo diferente y el misterio del otro”, comete un error tremendo: lo dice expresamente, de manera directa, como si fuera un sermón, para que –más que claro– quede redundante y molesto. En el sitio Otros cines, en esta crítica se dice que “El cortometraje que precede al film, Día y noche, sí es una masterpiece. Sin dudas.”
No suelo usar el término “masterpiece” y no me gusta tampoco escribir “obra maestra” en mis artículos, pero estoy seguro de que no puede serlo un pequeño corto que quería decir una sola cosa y que, cuando ya estaba clara, la convirtió directamente en obvia y reiterativa (choronga) con un martillazo machacón que desconfía del entendimiento del espectador.