Apología de la amistad
Vale la pena clausurar el suspenso desde el inicio, pues la era de las secuelas ha parido, al fin, una obra que vale realmente la pena. Y tenía que ser acaso Pixar, la emblemática productora de animación norteamericana que hace quince años revolucionó al mercado precisamente con Toy Story (1995) y Toy Story 2 (1999), la que ratificara que las terceras partes pueden ser buenas, fieles y enteramente coherentes con el original. Es más, se podría decir que la última entrega de la serie sobre estos muñecos de fábula, que siguen siendo más reales y humanos que la mayoría de los personajes que pueblan los tanques hollywoodenses, puede disputarle palmo a palmo la supremacía a las otras dos películas, o acaso llegue a conformar con aquellas una única pieza de una particular pero incuestionable maestría, capaz de abordar grandes temas del mundo y de la condición humana con absoluta naturalidad, incluso con desparpajo, humor, agudeza política, perspicacia filosófica, y por supuesto con plena fantasía.
El eje central de la película es, esta vez, el paso del tiempo, el fin de la infancia y las consecuencias para nuestros amiguitos. Hace ya once años de la última entrega, y casi un tiempo similar ha pasado desde que Andy no juega con Woody, Buzz, el tiranosaurio Rex, y el resto de la pandilla. El fantasma del olvido y el abandono se cierne más que nunca sobre el futuro de nuestros protagonistas, principalmente porque Andy, con 17 años ya, está a punto de partir hacia la universidad, y su madre le exige que le dé un destino a sus juguetes, que tienen terror a la posibilidad de terminar en el basurero. Otro destino posible es la donación, pero lo cierto es que, tras algunas equivocaciones, los muñecos terminarán recalando en una guardería que parece de ensueño, llamada Sunnyside, y donde miles de juguetes parecen convivir en paz y felicidad con otros tantos niños. Sin embargo, Woody sigue creyendo que Andy no los abandonará, y por un particular sentido de la fidelidad, se separará del grupo para regresar a manos de su dueño. Mientras, el resto comenzará a descubrir que el supuesto paraíso no es tal: no sólo porque en la sala donde fueron asignados son muy maltratados por los niños más pequeños, que aún no aprendieron a jugar con juguetes de su tipo, sino porque todo el lugar es en realidad una dictadura controlada por el peluche Lotso y un par de secuaces, que mantienen un régimen de terror a fuerza de prepotencia, amenazas y castigos. Como siempre con Pixar, cuya particularidad no reside tanto en la calidad técnica o el ingenio visual y narrativo de sus filmes, como se suele afirmar, sino en su evidente preocupación por problematizar el mundo en que vivimos, todas las analogías políticas son aquí pertinentes, y acaso esa guardería con habitantes de primera y segunda tenga un gran parecido a la realidad de muchos países del mundo (sobre todo Estados Unidos, claro está). Igual de destacable aún es la transgresión y subversión de ciertos paradigmas de la infantilidad, poniendo oscuridad allí donde en la mayoría de los filmes hay una idealización vacua de todo lo relacionado a la niñez: la propia guardería es el mejor ejemplo, convertida en verdadero infierno por Lotso y compañía, así como el tono negruzco que adquiere el filme a partir de estos momentos, sobre todo cuando nuestros amigos decidan escapar, con la amenaza de la destrucción a cada paso, y la consiguiente intensificación de la emoción y la aventura.
Película sobre la maduración, Toy Store 3 propondrá por supuesto una salida al entuerto, acaso la misma de toda la serie, y por supuesto colectiva: la amistad es, sobre todo, la clave para conjurar el olvido y el abandono, y también para superar las desventuras de la vida. La aparición de Ken y Barbie no suman mucho más que algunos sarcasmos un tanto obvios al filme, y también cierta secuencia de Buzz convertido en seductor andaluz (al estilo del humor de Shrek), un par de golpes de efecto que no hacen honor a su tradición (más cercana al cine de Hayao Miyazaki, homenajeado a través de un personaje). Pero son reparos puntuales de un filme con muchos puntos altos y varios niveles de lectura. En el plano formal, hay que decir que por suerte el 3-D está utilizado con una gran sutileza, de manera totalmente funcional al relato, con una concepción del espacio propia del cine clásico, y por lo tanto sin golpes de efecto destinados a hacer resaltar la tridimencionalidad (el único pasaje que justifica verla en esas condiciones es la apertura). También vale la pena destacar el tradicional corto de Pixar que antecede a sus películas, titulado Día y Noche, como siempre una joyita, que en este caso habla sobre las diferencias y la aceptación del otro, una de las dimensiones de la película.
Por Martín Ipa