Para verla una y otra, y otra vez
La que tal vez marque el cierre de la saga es una película tan emocionante -y humana- como divertida. La solidaridad y la amistad como bien supremo.
No hay ser humano -o juguete- que no quiera que lo quieran. Pero para sentirse querido, se lo tienen que demostrar. Woody, Buzz y todo el grupete aguarda en el baúl a que Andy, que ya es un adolescente, decida qué va a hacer con ellos. Andy está armando literalmente la valija para ir a la universidad, y recibe un ultimátum de su madre -del padre, como desde la primera película, no se sabe nada-. O se los lleva con él, los manda a la buhardilla o los dona a una guardería.
De ahí que los juguetes tiemblen por su futuro. Está claro que hace mucho que el niño ahora adolescente no juega con ellos, y de ahí el temor, pero Andy no olvida a sus amigos, elige al vaquero y mete en una bolsa al resto para mantenerlos, juntos, en algún lugar de la casa. Pero -si no hubiera un pero no habría película- la madre confunde la bolsa y el dino Rex, el perro Slinky, el cerdito Hamm, Sr. y Sra. Cara de papa, Buzz, Barbie, la vaquera Jessie y el caballito casi terminan en la basura, y al final llegan a una guardería.
Los elogios que había despertado la primera película de PIxar, Toy Story , iban por el ingenio de crear juguetes que no sólo hablaran, sino que sintieran como humanos. La segunda lo multiplicaba todo: al ingenio original le sumaba la carga emotiva, ejemplificada con Jessie padeciendo el síndrome del abandono -igual que aquí-, acompañada por la canción de Randy Newman con la que era imposible no enternecerse.
Bueno, sepan los amigos de Woody y Buzz que van a emocionarse, sufrir, llorar y reír como no lo imaginaron nunca.
La estructura de Toy Story 3 es similar a sus predecesoras -un juguete cae en manos peligrosas, sea un vecinito o un coleccionista- y hay que rescatarlo. Aquí es de nuevo el vaquero quien pone en juego su vida por salvar a sus amigos, porque la guardería está dirigida por un oso de peluche -Lotso, divino, sí- pero que en verdad es un déspota que desde que su dueña lo abandonó en el campo se volvió egoísta y desconsiderado con sus pares.
Lee Unkrich -que codirigió la segunda Toy Story y Monsters Inc.
- sabe mover con precisión los hilos de la trama, que alterna comedia y, sí, cierta angustia, y así la película no ahorra sustos a los más chiquitos (y a sus acompañantes). En más de un momento se sufre -sí: se sufre- por el destino de los juguetes.
Y por eso, cuando los juguetes están a punto de ser destrozados y/o quemados, uno siente lo mismo que cuando era chico y sufría con Dumbo, Bambi y todos esos animalitos con que Disney nos supo torturar en nuestra niñez, y se pregunta: ¿los van a... matar? Lo que hace realmente grande a Toy Story 3 es la conjunción de humor, imaginación, colorido, animación 3D y sentimiento en estado puro. Purísimo.
Y no hay que haber visto las primeras para comprender la tercera. Con tener corazón, alcanza.
En las películas de Pixar las moralejas llegan por decantación, no por subrayados innecesarios. Con la solidaridad que nace de la amistad como bien supremo, los chicos las reciben con los ojos y los brazos abiertos. Es una película para compartir y ver una y otra vez.
Si Toy Story 3 marca o no el cierre de la saga iniciada en 1995 no corresponde decirlo aquí. El final es tan emocionante que deja sin palabras.