Al infinito y más allá
¿Cuál es el secreto? ¿Qué fórmula mágica emplea la gente de Pixar para estrenar año tras año auténticas obras maestras dentro del cine de animación, y por qué no, del cine en general? ¿Cómo hacen John Lasseter y compañía para superarse constantemente y evitar caer en la mediocridad de sus colegas de Dreamworks y Fox (pregúntenle sino a Shrek o a los animalitos de La era del hielo)? Estoy sentado frente a mi PC intentando explicar qué es lo que hace de Pixar la productora con mejor promedio de excelencia que se haya visto en el cine en los últimos tiempos, y la verdad que es difícil no caer en algunos lugares comunes de la crítica.
Al principio tenía mis dudas con respecto a Toy Story 3. Las dos entregas anteriores tienen un lugar muy especial para mí, por lo que mis expectativas eran muy altas. Vi la primera en el cine cuando tenía nueve años, y me acuerdo que apenas llegué a casa me encerré en mi cuarto a jugar con mis muñecos de Playmovil y las Tortugas Ninjas. Toy Story 1 era puro placer por la aventura y la imaginación, con un mensaje de fondo acerca de añorar lo que uno quiere para siempre pese a las cosas nuevas que aparezcan en nuestro camino. Luego vino Toy Story 2. Poco antes de verla me acuerdo de haber tenido que regalarle los pocos muñecos del Hombre Araña que me quedaban al nieto de la portera de mi edificio. No me arrepiento de haberlo hecho, pero me da cierta nostalgia por haberlos abandonado, por eso al ver esa increíble escena en que la vaquerita Jessie cuenta cómo fue desechada por su dueña no pude más que emocionarme hasta las lágrimas.
Esta vez existía de entrada un factor que hacía temer que Pixar pudiera bajar en calidad al encarar la tercera parte de la saga que puso al estudio en el mapa cinematográfico allá por 1995, y es la ausencia de John Lasseter en la silla del director (ahora como jefe a cargo de departamento de animación de Disney) reemplazado por Lee Unkrich, quien debuta como realizador solitario luego de codirigir Buscando a Nemo y Monsters Inc. Pero afortunadamente Pixar es como esos equipos de fútbol en los que todo está tan bien aceitado que por más que entre un nuevo jugador a la cancha el sistema sigue mostrando la misma solidez de siempre. Diez años se tomaron para darle a estos entrañables personajes la despedida que realmente se merecían, y vaya despedida que les dieron, porque desafío a cualquiera que vea Toy Story 3 a que no suelte alguna lágrima durante los momentos finales de esta pequeña gran joya.
Los diez años que pasaron entre una secuela y otra son los mismos que han transcurrido dentro del relato. Ahora Andy tiene diecisiete años y está a punto de irse a la universidad, por lo que Woody, Buzz y el resto de los juguetes temen por su destino final y se preguntan si será en el ático o en la basura. Luego de una serie de peripecias la banda irá a parar a una guardería, donde conocerá a un nuevo grupo de juguetes liderados por un oso de peluche llamado Lotso, que convertirá al lugar en una prisión de la cual no hay escapatoria posible. Así, Toy Story 3 pasa a formar parte del género de películas carcelarias al mejor estilo El gran escape y Sueños de fuga, y no sólo en lo narrativo sino también en lo estético, ya que hay planos en contrapicado y un fuerte juego de contraluces en la fotografía que remiten a films como Shock corridor, de Samuel Fuller. Unkrich y compañía no temen darle un tono absolutamente oscuro a la película, con la presencia de juguetes (como la bebé de rostro magullado o un mono de mirada diabólica) que van a causar más de una pesadilla en los más chiquitos, y dando a entender que ningún juguete está a salvo de un destino trágico.
Lo que nos lleva al tema más importante de esta tercera entrega, que es la muerte. Mientras la primera película nos mostraba cómo Woody y Buzz aprenden a encontrar su lugar en el mundo y la segunda los desafiaba a darse cuenta de que la vida de un juguete no es infinita, esta tercera parte los pondrá definitivamente ante la idea de que el ciclo entre un muñeco y su dueño tiene un final. Por eso, pese al amor incondicional que alguien pueda tener por sus juguetes inevitablemente llegará ese momento en el que deba mirar al futuro y separarse de todo aquello que lo marcó cuando era chico. Obviamente que es un mensaje que afectará más a los adultos que a los niños, aunque creo que la idea de aferrarse a lo que uno más quiere es universal a todos, tengamos diez o noventa años.
Pero no todo es oscuridad en el mundo de Toy Story 3, porque cuando parece que la cosa se va a poner densa es cuando sale a relucir el otro tema importante que acompañó a esta saga desde el principio, y es el de la amistad. La amistad inquebrantable entre Woody y Buzz, junto a Slinky, Jessie, Ham y el eterno Sr. Cara de Papa, junto con el espíritu de equipo, permitirá que ninguna prisión sea suficiente para librarlos del deseo de volver con su dueño legítimo, y los mantendrá fuertes y unidos cuando las cosas se les pongan difíciles, al punto de ir a parar directamente a un incinerador. El humor característico de Pixar siempre está presente, con gags imperdibles que es mejor no comentar por acá (esperen a ver a Ken con sus complejos sexuales o al Sr. Cara de Papa convertido en un panqueque). Tratando temas tan disímiles como la muerte y la amistad, Pixar logra capturar nuestra imaginación y llenarnos el corazón de felicidad año tras año. Espero que en el futuro continúen esta tradición, y como dice el mismo Buzz, puedan llevarla “¡hasta el infinito, y mas allá!”.