El final de “Toy Story 3” fue perfecto. Todos salieron del cine emocionados, con la certeza de haber disfrutado de la mejor saga animada de la historia. ¿Por qué un “Toy Story 4”? ¿Por qué si iba a perder como en la guerra en la inevitable comparación con las películas anteriores? Y, nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro, y menos en épocas difíciles para el cine. Entonces Pixar confió en la excelencia de su equipo y del director debutante Josh Cooley para crear una secuela que no es del todo decepcionante, pero que decididamente es una película menor en la contexto de la saga. Los juguetes ahora viven nuevas aventuras de la mano de Bonnie (la nena que aparece al final de “Toy Story 3”) y reciben en el grupo a un juguete inventado por la niña: Forky, un tenedor de plástico con bracitos de alambre que estaba destinado a la basura pero que resucita gracias al cariño de Bonnie (y a la protección a toda costa del vaquero Woody, otra vez liderando la pandilla). La secuela sorprende con algunos logros técnicos, pero en esencia no tiene mucho que contar. Está dirigida a un público más infantil, con un humor más físico que ingenioso, y el guión apuesta más a los enredos (tantos que a veces cansa) que a desarrollar nuevos perfiles en los personajes. En ese sentido Forky es un acierto, y su relación con Woody moviliza lo mejor de la película. La reaparición de un viejo personaje como Bo Peep, ahora convertida en una mujer empoderada, en cambio, suena a forzado. “Toy Story 4” amaga con varios finales posibles, pero afortunadamente encuentra una resolución a la altura del corazón sensible de la saga. Ojalá que sea el final definitivo.